Si aún no conoces El Relojero, empieza desde el principio.
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El Relojero
Mi padre me guió hasta la puerta mientras mi abuelo me deseaba suerte sin que yo tuviera la menor idea de a dónde me llevaba.
Vivíamos en el piso diez de un inmenso edificio del sur de Madrid desde que podía recordar y nunca había entrado en el trastero de la vivienda, porque no lo había encontrado interesante. Se accedía a través de una zona común en el piso bajo por lo que cuando mi padre se detuvo ante la desvencijada puerta que daba a los trasteros de los vecinos, me sorprendí porque no sabía qué podía haber allí que nos interesara.
La puerta cedió con un chirrido metálico y él pasó delante de mí encendiendo una solitaria bombilla que estaba en el centro de la estancia. Ante nosotros se abría un largo pasillo de puertas, las cuales iban numeradas con el piso y la letra de cada apartamento del edificio. Mi padre se dirigió sin vacilar hacia una y deslizó el picaporte hacia un lado, dejando paso a un lector de huellas dactilares en la que posó su pulgar.
Alcé las cejas sorprendido y cuando escuché un click metálico justo antes de la apertura de la puerta, empecé a pensar que me estaba volviendo loco. Él me miró fijamente e hizo un gesto, indicándome que entrara antes.
Al dar un paso en el interior, las luces alógenas del techo comenzaron a encenderse desde donde me encontraba hasta el fondo, mostrándome cerca de cinco metros de habitación rectangular.
Las paredes eran de un blanco inmaculado con una sóla raya gris a la altura de mi cintura que rodeaba toda la habitación. Al otro lado había una mesa de madera negra, acompañada por una solitaria silla y rodeada por unos archivadores metálicos.
Me volví hacia mi padre en busca de respuestas y él asintió como si se diera permiso a sí mismo para hablar.
—Creo que lo mejor sería contártelo todo desde el principio. La semana pasada cumpliste dieciséis años y en ese momento, tu cuerpo cambió. Ese día el abuelo te regaló su reloj de mano pero ¿recuerdas haberle visto con él en algún momento antes de dártelo? —tras pensarlo un momento, negué con la cabeza—. Eso es porque el reloj era realmente mío.
—¿Y por qué no me lo diste tú?
—El día de tu cumpleaños yo necesitaba reposo porque la habilidad de viajar en el tiempo me estaba abandonando.
—¿Por eso estuviste de viaje ese día?
—Efectivamente. Después de que tu cuerpo cambiara, era cuestión de tiempo que saltaras por lo que te protegimos con el reloj. Su misión consiste en frenar el salto del viajero del tiempo congelándolo todo a su alrededor, que fue lo que te ocurrió la otra noche.
—Entonces no salté realmente en el tiempo, se paró todo y ya está.
—Hasta que aprendas a controlar el poder, será lo único que hagas. Dicho esto puedo presentarte el lugar donde nos encontramos —antes de volver a hablar hizo un ademán que abarcaba toda la estancia—. Esta es la Sala del Viajero que desde ahora te pertenece a ti. Es una estancia que ha cambiado de lugar pero que siempre ha tenido la misma utilidad: proporcionar al Viajero un lugar en el que reflexionar y trazar planes en soledad, además serás el único que pueda entrar a partir de hoy. Esta sala la creé y utilicé yo, ahora es tu turno y espero que te sirva como a mí.
Yo me había quedado sin palabras. Miré a mi alrededor de nuevo como si fuera una alucinación.
—¿Trazar planes para qué?
—La misión del Viajero es recopilar sabiduría e intentar desentrañar los misterios del mundo pero eso será más adelante. Tu primera misión como Viajero es conseguir mantenerte con vida. Desde el día en el que saltaste hasta catorce días más tarde, tienes que encontrar al Relojero —explicó mi padre.
—¿Para qué necesito yo a un relojero?
—No un relojero, Marco. Al Relojero.
Llevé mi mano instintivamente al colgante en el que descansaba el reloj y mi padre continuó con voz pausada.
—Este reloj, cuando pasa de un Viajero a otro tiene que modificarse internamente porque cada persona es distinta —se encogió de hombros—. Desde hace generaciones, el reloj funciona para un portador durante dos semanas después del primer salto en el tiempo, luego queda inservible.
La mano que se aferraba al reloj comenzó a sudar copiosamente y la otra me cosquilleaba de nervios.
—Y cada Viajero ha tenido ese tiempo para encontrar al Relojero y que le ayude a modificarlo porque nadie, salvo él, puede entender su mecanismo interno —completó.
—¿Eso quiere decir que tengo que encontrar al Relojero para que me ayude?
—Efectivamente —asintió mi padre.
—¿Y dónde está ese Relojero? —pregunté con la voz temblorosa y empezando a tener adoración por esa persona que tenía que salvarme.
—Eso es lo que tendrás que averiguar. Con cada Viajero, nace un Relojero destinado a ayudarle y todos nuestros antepasados escribieron cómo lograron encontrarle. De ese modo, tú podrás leer sus testimonios y empezar a buscar.
—¿No puedes ayudarme tú? —le pregunté.
—Puedo orientarte un poco al principio, pero el Viajero tiene que estar solo.
—¿Solo? ¿No has dicho que todos mis antepasados pueden viajar en el tiempo?
—Una vez que el cuerpo de un Viajero cambia, debe recorrer su camino en soledad —recitó de memoria.
—No entiendo por qué no me dijisteis nada antes.
Mi padre levantó la mano para detenerme.
—El conocimiento prematuro puede provocar que nunca adquieras la habilidad y ésta salte directamente a la siguiente generación. Es decir, de habértelo dicho, seguramente nunca hubieras podido viajar en el tiempo.
Bajé la cabeza, entendía lo que mi padre quería decir, pero seguía estando resentido por la situación en la que me encontraba. Ahora tenía que encontrar a un tío del que no sabía nada para que me salvara la vida. Entonces me di cuenta de una cosa:
—Pero… si el poder de viajar en el tiempo pasa de generación en generación. ¿Mi Relojero no será el hijo del que te salvó a ti?
Negó con la cabeza lentamente.
—Así como nosotros tenemos una línea directa, su poder salta sin demasiado orden. El único patrón que sigue es que siempre está en el entorno del Viajero. Puede que sea un amigo, un profesor, un compañero de clase, el frutero de la esquina y seguramente no tenga la menor idea de la labor que tiene que desempeñar. Lo único que sentirá es una sensibilidad especial con todos los objetos mecánicos.
—¿Entonces cómo voy a descubrirlo yo?
—Tendrás que utilizar tu poder de viajar para que el reloj detenga el tiempo.
—¿Por qué? ¿eso no hará que vaya funcionando cada vez peor?
—Sí, funcionará cada vez peor —se sinceró mi padre—. Pese a eso, es la única forma de reconocer al Relojero porque sólo hay tres personas que no se congelen cuando el reloj te proteja. Uno de ellos es él.
—¿Y el tercero es la chica que me atacó?
—Ella será la heredera de nuestras rivales ancestrales, las Hijas del Movimiento. Así como nuestro legado se transmite por la rama masculina, la suya es puramente matriarcal y llevamos enfrentados siglos. Ellas viajan en el espacio pero no tienen ningún mecanismo para viajar con seguridad por lo que sus muertes son prematuras.
—Pero no entiendo por qué quieren mi reloj, si ellas saltan en el espacio, no les serviría de nada un objeto que mide el tiempo.
—Es importante que entiendas que el reloj es capaz de mucho más que de medir el tiempo. Es un mecanismo que sintoniza contigo a un nivel que nunca comprenderemos y que también les funcionaría a las Hijas del Movimiento. Además, aunque nosotros le hayamos puesto Relojero a esa persona, no quiere decir que sólo haga relojes. Como te he dicho antes, es alguien que tiene mucha sensibilidad para comprender cualquier objeto mecánico.
—Entonces la chica que me atacó querrá tanto mi reloj, como encontrar al Relojero para que el objeto sólo le sirva a ella.
—Exacto y la heredera de tu generación será capaz de cualquier cosa con tal de obtenerlo. Aunque tenga que matarte para ello.
El Relojero es un relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora del Cuaderno de Ireth 2012
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El Relojero
Mi padre me guió hasta la puerta mientras mi abuelo me deseaba suerte sin que yo tuviera la menor idea de a dónde me llevaba.
Vivíamos en el piso diez de un inmenso edificio del sur de Madrid desde que podía recordar y nunca había entrado en el trastero de la vivienda, porque no lo había encontrado interesante. Se accedía a través de una zona común en el piso bajo por lo que cuando mi padre se detuvo ante la desvencijada puerta que daba a los trasteros de los vecinos, me sorprendí porque no sabía qué podía haber allí que nos interesara.
La puerta cedió con un chirrido metálico y él pasó delante de mí encendiendo una solitaria bombilla que estaba en el centro de la estancia. Ante nosotros se abría un largo pasillo de puertas, las cuales iban numeradas con el piso y la letra de cada apartamento del edificio. Mi padre se dirigió sin vacilar hacia una y deslizó el picaporte hacia un lado, dejando paso a un lector de huellas dactilares en la que posó su pulgar.
Alcé las cejas sorprendido y cuando escuché un click metálico justo antes de la apertura de la puerta, empecé a pensar que me estaba volviendo loco. Él me miró fijamente e hizo un gesto, indicándome que entrara antes.
Al dar un paso en el interior, las luces alógenas del techo comenzaron a encenderse desde donde me encontraba hasta el fondo, mostrándome cerca de cinco metros de habitación rectangular.
Las paredes eran de un blanco inmaculado con una sóla raya gris a la altura de mi cintura que rodeaba toda la habitación. Al otro lado había una mesa de madera negra, acompañada por una solitaria silla y rodeada por unos archivadores metálicos.
Me volví hacia mi padre en busca de respuestas y él asintió como si se diera permiso a sí mismo para hablar.
—Creo que lo mejor sería contártelo todo desde el principio. La semana pasada cumpliste dieciséis años y en ese momento, tu cuerpo cambió. Ese día el abuelo te regaló su reloj de mano pero ¿recuerdas haberle visto con él en algún momento antes de dártelo? —tras pensarlo un momento, negué con la cabeza—. Eso es porque el reloj era realmente mío.
—¿Y por qué no me lo diste tú?
—El día de tu cumpleaños yo necesitaba reposo porque la habilidad de viajar en el tiempo me estaba abandonando.
—¿Por eso estuviste de viaje ese día?
—Efectivamente. Después de que tu cuerpo cambiara, era cuestión de tiempo que saltaras por lo que te protegimos con el reloj. Su misión consiste en frenar el salto del viajero del tiempo congelándolo todo a su alrededor, que fue lo que te ocurrió la otra noche.
—Entonces no salté realmente en el tiempo, se paró todo y ya está.
—Hasta que aprendas a controlar el poder, será lo único que hagas. Dicho esto puedo presentarte el lugar donde nos encontramos —antes de volver a hablar hizo un ademán que abarcaba toda la estancia—. Esta es la Sala del Viajero que desde ahora te pertenece a ti. Es una estancia que ha cambiado de lugar pero que siempre ha tenido la misma utilidad: proporcionar al Viajero un lugar en el que reflexionar y trazar planes en soledad, además serás el único que pueda entrar a partir de hoy. Esta sala la creé y utilicé yo, ahora es tu turno y espero que te sirva como a mí.
Yo me había quedado sin palabras. Miré a mi alrededor de nuevo como si fuera una alucinación.
—¿Trazar planes para qué?
—La misión del Viajero es recopilar sabiduría e intentar desentrañar los misterios del mundo pero eso será más adelante. Tu primera misión como Viajero es conseguir mantenerte con vida. Desde el día en el que saltaste hasta catorce días más tarde, tienes que encontrar al Relojero —explicó mi padre.
—¿Para qué necesito yo a un relojero?
—No un relojero, Marco. Al Relojero.
Llevé mi mano instintivamente al colgante en el que descansaba el reloj y mi padre continuó con voz pausada.
—Este reloj, cuando pasa de un Viajero a otro tiene que modificarse internamente porque cada persona es distinta —se encogió de hombros—. Desde hace generaciones, el reloj funciona para un portador durante dos semanas después del primer salto en el tiempo, luego queda inservible.
La mano que se aferraba al reloj comenzó a sudar copiosamente y la otra me cosquilleaba de nervios.
—Y cada Viajero ha tenido ese tiempo para encontrar al Relojero y que le ayude a modificarlo porque nadie, salvo él, puede entender su mecanismo interno —completó.
—¿Eso quiere decir que tengo que encontrar al Relojero para que me ayude?
—Efectivamente —asintió mi padre.
—¿Y dónde está ese Relojero? —pregunté con la voz temblorosa y empezando a tener adoración por esa persona que tenía que salvarme.
—Eso es lo que tendrás que averiguar. Con cada Viajero, nace un Relojero destinado a ayudarle y todos nuestros antepasados escribieron cómo lograron encontrarle. De ese modo, tú podrás leer sus testimonios y empezar a buscar.
—¿No puedes ayudarme tú? —le pregunté.
—Puedo orientarte un poco al principio, pero el Viajero tiene que estar solo.
—¿Solo? ¿No has dicho que todos mis antepasados pueden viajar en el tiempo?
—Una vez que el cuerpo de un Viajero cambia, debe recorrer su camino en soledad —recitó de memoria.
—No entiendo por qué no me dijisteis nada antes.
Mi padre levantó la mano para detenerme.
—El conocimiento prematuro puede provocar que nunca adquieras la habilidad y ésta salte directamente a la siguiente generación. Es decir, de habértelo dicho, seguramente nunca hubieras podido viajar en el tiempo.
Bajé la cabeza, entendía lo que mi padre quería decir, pero seguía estando resentido por la situación en la que me encontraba. Ahora tenía que encontrar a un tío del que no sabía nada para que me salvara la vida. Entonces me di cuenta de una cosa:
—Pero… si el poder de viajar en el tiempo pasa de generación en generación. ¿Mi Relojero no será el hijo del que te salvó a ti?
Negó con la cabeza lentamente.
—Así como nosotros tenemos una línea directa, su poder salta sin demasiado orden. El único patrón que sigue es que siempre está en el entorno del Viajero. Puede que sea un amigo, un profesor, un compañero de clase, el frutero de la esquina y seguramente no tenga la menor idea de la labor que tiene que desempeñar. Lo único que sentirá es una sensibilidad especial con todos los objetos mecánicos.
—¿Entonces cómo voy a descubrirlo yo?
—Tendrás que utilizar tu poder de viajar para que el reloj detenga el tiempo.
—¿Por qué? ¿eso no hará que vaya funcionando cada vez peor?
—Sí, funcionará cada vez peor —se sinceró mi padre—. Pese a eso, es la única forma de reconocer al Relojero porque sólo hay tres personas que no se congelen cuando el reloj te proteja. Uno de ellos es él.
—¿Y el tercero es la chica que me atacó?
—Ella será la heredera de nuestras rivales ancestrales, las Hijas del Movimiento. Así como nuestro legado se transmite por la rama masculina, la suya es puramente matriarcal y llevamos enfrentados siglos. Ellas viajan en el espacio pero no tienen ningún mecanismo para viajar con seguridad por lo que sus muertes son prematuras.
—Pero no entiendo por qué quieren mi reloj, si ellas saltan en el espacio, no les serviría de nada un objeto que mide el tiempo.
—Es importante que entiendas que el reloj es capaz de mucho más que de medir el tiempo. Es un mecanismo que sintoniza contigo a un nivel que nunca comprenderemos y que también les funcionaría a las Hijas del Movimiento. Además, aunque nosotros le hayamos puesto Relojero a esa persona, no quiere decir que sólo haga relojes. Como te he dicho antes, es alguien que tiene mucha sensibilidad para comprender cualquier objeto mecánico.
—Entonces la chica que me atacó querrá tanto mi reloj, como encontrar al Relojero para que el objeto sólo le sirva a ella.
—Exacto y la heredera de tu generación será capaz de cualquier cosa con tal de obtenerlo. Aunque tenga que matarte para ello.
El Relojero es un relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora del Cuaderno de Ireth 2012
3 comentarios:
Como siempre, muchas gracias, me ha gustado mucho. Vaya confusión debe tener el pobre Marco ahora...
Acabo de llegar a tu blog, así que no conozco esta historia. Voy a echar un ojo a las otras entradas. Supongo que hay otras cuatro ;)
Beeeeeeesos
Muchas gracias, @Malabaricien espero que te siga gustando y sí, vaya confusión debe tener el pobre...
@Poy sí, hay otras cuatro partes anteriores =D Espero que te gusten y que llegues otra vez aquí para continuar la historia todos los lunes!!
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