miércoles, 22 de agosto de 2012

El Relojero (VIII)

Lo sé, hoy es miércoles y el lunes no hubo Relojero pero no me dio tiempo a darle el repaso que quería darle antes de colgarlo pero prometo que la semana que viene estará en su día. La reseña que debía haber hoy, la paso a este viernes.

Os dejo con otra entrega del Relojero en la que Marco nos presenta más personajes y tiene algún que otro problema.

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El Relojero

Cuando abrí los ojos me sobresalté al ver a Dani congelado en mitad de la palabra. Era la primera vez que lo hacía conscientemente y no podía evitar sorprenderme. La última posibilidad de que aquello fuera una gran casualidad o error se deshacía ante mis ojos como si nunca hubiera existido.
Miré el reloj cuyas manecillas se movían rápidamente hacia atrás como si trataran de recuperar el tiempo perdido. Me levanté y cambié algunas cosas de sitio.

El sonido del aire acondicionado llenó la casa de repente.
—…po —las manecillas habían vuelto a su lento movimiento y Dani me miraba con los ojos como platos—. ¡En serio! No puedo creérmelo. Ahora mismo estabas aquí y ahora estás allí —señalaba el sitio a su lado en la cama y a mí de pie en medio de la habitación—. ¡Increíble tío, repítelo!
—No puedo, parece que hay un tope de veces que lo puedo utilizar y no quiero gastarlas sin más —le expliqué.
—Ya… de todas formas, ten cuidado. Tienes que estar en el mismo sitio que antes de parar el tiempo porque quedaría muy raro.
Asentí lentamente y en ese momento comencé a sentir latigazos en las sienes, tan fuertes que me ardían los ojos.

—Es una pena —murmuró Dani.
—¿El qué?
—Que yo no sea el Relojero, me gustaría poder salvarte la vida —respondió mirándome a los ojos.
Sonreí y me senté de nuevo en la cama junto a mi amigo. Tenía la cabeza embotada y la boca reseca como si llevara demasiadas horas durmiendo. Pensé si no era hora de irme a casa para descansar.


Continuamos hablando de todo lo que me había contado mi padre durante más de una hora hasta que Susana tocó la puerta antes de entrar.
—¿Marco, te quedas a cenar? —miré un instante a mi amigo y él asintió por mí— Pues mover el culo y ayudarme.

Salimos de la habitación y fuimos a la cocina. Las paredes estaban llenas de dibujos de los dos hermanos y la nevera de fotografías de toda la familia. Siempre que estaba allí, me inundaba una sensación de ternura, aunque también tenía algo de envidia, porque yo nunca había tenido una madre que colgara mis dibujos y mi padre era muy maniático con los álbumes de fotos por lo que nunca permitía que las fuera colgando por cualquier parte.
Mientras hacíamos la cena me olvidé de todo lo que se me venía encima. Toda la búsqueda del Relojero, el miedo a lo que pudiera pasar y toda la inseguridad que sentía se esfumó cuando estaba riéndome con la familia de mi amigo como si fuera la mía propia.

Mientras cortaba unos tomates, Alba abrió el armario que había a mi lado y se puso de puntillas para coger algo del estante alto. Las puntas de sus dedos se estiraban cuanto podían pero no llegaban a rozar su superficie. Dejé el cuchillo y me acerqué por detrás de ella, estiré mi brazo y cogí el pimetón dulce que intentaba coger. Mi nariz olfateó inconscientemente el aroma de su champú a cítricos y le tendí el bote. Ella me miraba con una ceja alzada y parecía a punto de decir algo cuando la puerta de entrada se abrió.
—Hola, familia —saludó Carlos, el padre de Dani, entrando directamente a la cocina a darle un beso a su esposa—. Veo que hoy estamos al completo —me guiñó un ojo—, ¿qué tal va todo en casa?
—Bien, aunque mi padre no deja de decir cómo te desplumó en la última partida.
—Dile a Fernando que sabe perfectamente que me dejé ganar.
Mi padre y el de Dani se habían conocido hace años gracias a la amistad que nos unía a nosotros. Desde entonces se habían convertido en amigos y todas las semanas organizaban una partida de póquer con otros compañeros. Su segunda afición después de jugar a las cartas, era picarse entre ellos por el resultado que hubiera.

Cuando tuvimos la cena preparada y la mesa puesta, nos sentamos. Para entonces el dolor de cabeza había aumentado y los latigazos me obligaban a llevarme la mano a la frente, además de cerrar los ojos por lo desagradable que era la luz.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Dani en un susurro.
Sus padres hablaban de sus respectivos trabajos y Alba parecía estarles prestando atención pero alcancé a ver cómo me dirigía una mirada de soslayo. Dani me agarró del antebrazo y su rostro denotaba que temía la posibilidad de que me desplomara allí mismo. Me esforcé en sonreírle para que no se preocupara, pero aquel gesto me provocó otro latigazo en las sienes y fue imposible que Dani se lo creyera.

—Mamá, voy a acompañar a Marco a casa ¿vale? No se encuentra demasiado bien.
—No, no, déjalo —le aseguré con gran trabajo.
Mi voz sonó arrastrada e impersonal. Casi no pude reconocerme.
—¿Estás enfermo? —Susana se levantó y se acercó a mí, me puso una mano sobre la frente— Estás helado… cómo puedes tener esta temperatura con el calor que hace.
—Estoy bien, de verdad —repuse con nula seguridad.
Dani me ayudó a levantarme y me llevó al sillón. Escuché como Susana cogía el teléfono pero no la vi, ante mis ojos sólo aparecían colores chillones en abanico. Se abrían y cerraban deslumbrándome con su brillantez o cegándome con la más profunda oscuridad.


Al volver a abrir los ojos me encontraba en un lugar conocido, era mi propia cama. No recordaba cómo había llegado allí pero suponía que habrían llamado a mi padre y él me había ido a buscar. Seguramente me había debilitado después de detener el tiempo con el reloj, como había pasado la noche en la que me había enfrentado con la chica.
Me puse en pie y estuve medio agachado hasta que se me pasó el mareo inicial. Mi habitación estaba completamente a oscuras por lo que supuse que era de noche cerrada. Seguro que los padres de Dani se habían hecho muchas preguntas de lo que me había ocurrido en su casa y estarían preocupados. Abrí la puerta despacio y la luz del despacho de mi padre me deslumbró.

Estaba preguntándome si entrar o no a hablar con él, cuando la puerta se abrió. Me puso la mano en la frente.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó conciliadoramente.
—Como si un autobús me hubiera pasado por encima.
—¿Entonces porqué te has levantado?
—Quería saber si estás molesto.
—¿Molesto? No —me agarró de los hombros y me guió de nuevo a mi habitación—, sólo me he preocupado, pero no estoy enfadado. De todas formas no fue demasiado inteligente salir después de haber congelado el tiempo.

No supe qué contestarle, quizás debía decirle que le había contado a Dani toda la verdad porque se podía confiar en él, y que había congelado el tiempo para saber si él era el Relojero pero antes de decidirme, mi padre me sorprendió dándome un beso en lo alto de la cabeza.
—No sientas que haces las cosas mal, tienes que seguir tu instinto y no preocuparte tanto por si los demás se enfadan por lo que haces o dejas de hacer.
Su voz era muy suave, sentí como si me estuviera arrullando y mi cuerpo se relajó. Hasta ese momento había tenido los músculos en tensión.
Me metí en la cama y mi padre cerró la puerta detrás de él. Aunque estuviera acostado con los ojos cerrados, no fui capaz de conciliar el sueño porque mi cerebro parecía a punto de estallar.


Había pasado un tiempo indefinido cuando mi cuerpo tomó la decisión por mí: me puse en pie y cambié mi pijama por ropa de deporte. Salí de mi habitación en completo silencio con las zapatillas en mano y pasé de puntillas ante la puerta entornada del despacho de mi padre.
Ya en las escaleras me calcé y puse en marcha mi reproductor de música. Necesitaba salir a correr para despejarme después de las experiencias de aquel día.
La noche a punto de terminar me recibió en la calle con una agradable brisa. Inspiré hondo e inicié mi ruta. Al ser domingo, parecía estar completamente solo en el mundo. Pasé por delante de comercios cerrados y de persianas corridas sin aminorar la marcha, corrí en el lugar donde me había enfrentado con la Hija del Movimiento y me llevé la mano inconscientemente al cuello, donde mi reloj me devolvió un contacto frío.

El sudor empapaba mi cuerpo cuando empecé a volver sobre mis pasos, sentí que alguien me observaba. Apagué el reproductor y agudicé mis sentidos sin detenerme, no quería que quien fuera, se diera cuenta de que había advertido su presencia. La sensación desapareció tan pronto que pensé que me la había imaginado pero entonces ella me derribó con todo su peso, haciéndome caer al suelo.

El Relojero es una relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora del Cuaderno de Ireth 2012
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1 comentario:

Malabaricien dijo...

Qué chulo! y ahora a esperar hasta el lunes que viene para ver cómo se va desarrollando la nueva habilidad de marco y quién es ese atacante oculto