miércoles, 7 de noviembre de 2012

El Relojero (XVII)

¡Hola a todos una semana más, esta semana he tenido problemas en el Internet de mi casa y no he podido hacerlo antes en ninguna otra conexión así que no es lunes del Relojero pero es miércoles y no quería dejar pasar la semana sin colgar la entrega de la semana.
Ya no queda nada para llegar al final pero nunca es tarde para engancharse al relato y comentarme qué cosas os gustan y qué os parece que debería mejorar (cambiar) así que AQUÍ tenéis el link para ir al índice del relato para empezar desde el principio.
Como siempre os pido, compartirlo con todo el mundo para hacerme un poco más feliz y sin más os dejo de nuevo con una entrega más.


El Relojero

El sonido de una conversación llegaba a mi conciencia adormilada, no abrí los ojos inmediatamente por temor a que me sobreviniera un nuevo dolor en las sienes y eso me permitió escuchar lo que Ernesto y el Doctor Ruiz decían.
—No creo que le quede ni una semana, Ernesto. Le doy cuatro días a lo sumo.
—¿Tan mal le ves?
—Mira la resonancia que le hemos hecho, las constantes de su cerebro están completamente alteradas, dentro de nada no podrá levantarse de la cama.
—Si Fernando nos hubiera hecho caso y el día de su cumpleaños le hubiera traído aquí, le podríamos haber protegido y sabríamos exactamente el tiempo que le queda.
El final de la frase me puso los pelos de punta, me hacía pensar que mi vida se acabaría en cuanto el Reloj dejara de funcionarme.
—¿Se lo dirás a Román? —preguntó Ernesto.
—Debería decírselo, todo el Proyecto Ulises puede desaparecer en unos días.
—¿Pero…?
—Pero algo me dice que debería callármelo unos días más para… daros tiempo.
—Dos días —dijo Ernesto.
—Mejor será que lo hables con Marco porque creo que ya se ha despertado.

Apreté los párpados y me maldije por no ser más cuidadoso, podría haber seguido escuchando de no haberme movido. Unos pasos acercándose me indicaron que ya podía dejar de fingir. Abrí los ojos y me encontré que los dos me miraban preocupados.
—Vaya susto nos has dado, Marco —dijo el Doctor Ruiz examinándome las pupilas y dándome unos cachetes en las mejillas.
—Tienes que dejar de desmayarte, me parece una costumbre de lo más fea —se burló Ernesto.
—Bueno, si me queda tan poco tiempo como el que decís, creo que es normal —murmuré mirando el suelo.
—¿Sabes que escuchar conversaciones ajenas es de mala educación? —preguntó Ernesto.
—¿Conversaciones ajenas? ¿No estabais hablando de mí? Creo que sí, entonces me parece que sí que me concierne —contesté envalentonado.

Mientras nos fulminábamos con la mirada como el día que nos conocimos, escuché que el doctor se reía. Primero fue una risa discreta pero acabó convirtiéndose en carcajadas. Ernesto se volvió hacia él y me recordó a cuando Dani y yo discutíamos.
—¿Tú de qué te ríes?
—Oye, ahora no la tomes conmigo —se reía el doctor—. No es mi culpa que seáis tan parecidos.
—¿De qué estás hablando? Este enano no se parece en nada a mí.
—¿Ah no? Debería haber grabado alguno de tus rebotes cuando tu padre no te quería decir algo del Proyecto Ulises. Créeme, es tu vivo retrato.
La mención de la organización de los Viajeros, me devolvió a la realidad.
—¿De verdad crees que sólo me quedan cuatro días?
Mi voz sonó ahogada y, por un momento, sentí ganas de llorar. Tenía dieciséis años, debía estar preocupado por lo que me pondría el fin de semana cuando saliera con mis amigos o por si había hecho los deberes de matemáticas. En mi mente no debería existir la posibilidad de convertirme en un borrón del tiempo en menos de una semana.

—No tienes que preocuparte, ya verás como encuentras al Relojero a tiempo y todo se soluciona —dijo el Doctor Ruiz antes de volverse a Ernesto y hacerle un gesto.
—Sí, hasta los Viajeros más tontos han conseguido encontrar a su Relojero, tú no tienes que ser diferente.
El Doctor Ruiz puso los ojos en blanco y entonces fui consciente de lo joven que era, pese a su cabello canoso y su porte venerable, no debía ser mucho mayor que Ernesto.
—Creo que será mejor que te vayas a casa a descansar —dijo el doctor.
Me levanté de la camilla en la que había estado echado.
—Yo le llevaré, avisé a su abuelo de lo que había ocurrido así que le están esperando allí.
—Entonces hasta mañana, Ernesto. Dile a tu padre que cuando quiera se pase por aquí para los resultados.
—Cuídate, Jaime —fue todo lo que le contestó.
—Y tú procura no cansarte tantísimo. Si te duele la cabeza, vete a un lugar oscuro y tranquilo a descansar. En caso de mareos, para inmediatamente de hacer cualquier tipo de actividad brusca.
—No le escuches, si por él fuera, todos los Viajeros os limitaríais a tomar el té y hablar sobre lo mal que está el mundo en comparación con el pasado —el doctor le lanzó la bata que llevaba a la cara—. ¿Es o no es verdad?
—Cállate y lleva a Marco a casa, anda.
—Muchas gracias, Doctor Ruiz —dije antes de salir por la puerta siguiendo a Ernesto.


Estaba furiosa, podía sentirlo en el paso inquieto, en la sensación de estar perdiendo los nervios. Una vez más volvía a soñar que era Nerea pero en esta ocasión no perseguía a Diana, me hallaba en una habitación pequeña con las paredes empapeladas con fotos mías, de mi padre y abuelo, y de otras muchas personas que podían tratarse de miembros del Proyecto Ulises.
Presentía que iba a hacer algo, sus manos temblaban y se dirigieron a un cajón en el que pude vislumbrar un montón de botes de tapón negro con unas letras que seguramente eran para identificarlas.

Desperté con una sensación de placidez, sin dolor de cabeza ni aturdimiento en las articulaciones que contrarrestaba con lo que había tenido que sufrir los días anteriores. Salí de la cama casi de un salto y cogí el uniforme justo en el momento que sonaba el despertador. Lo apagué rápidamente y salí del cuarto en dirección a la ducha.
Mi abuelo asomó la cabeza entre sus plantas y me sonrió sorprendido con mi vitalidad. Mientras me duchaba escuché que hablaban entre ellos pero el agua me impedía entender lo que decían.
Salí y mi padre dejó el periódico a un lado, su semblante era preocupado e intranquilo y supe a qué se debía.
—Diana —recordé llevándome una mano a la frente.

Había olvidado completamente que la noche anterior se suponía que debíamos vernos y mi padre aprovecharía para intentar ayudarla con su papel de Relojera.
—¿Qué es lo que ha pasado?
—No mucho, la verdad, me preocupa que sea tan cerrada. Normalmente los Relojeros están encantados de ayudarnos pero esta chica está aterrada con la idea de tener que salvarte.
—¿Conseguiste hablar con ella?
—Llegó muy puntual pero en cuanto me vio quiso irse, diciendo que ya quedaríais otro día. Intenté insistir sin decirle la verdad hasta que me fue imposible y le tuve que decir que sabía que era la Relojera.
Se me secó la boca.
—Nunca he visto a una chica tan enfadada, no pude detenerla para que se fuera. Ni siquiera quiso escuchar que estabas inconsciente y en peligro mortal. Es como si no le importaras en absoluto.
—Bueno, nunca hemos sido amigos, papá —me lamenté.
—Una cosa es ser amigos y otra es que le sea indiferente que mueras.
—¿Entonces qué puedo hacer?
—Quizás lo mejor sea que dejemos que el Proyecto Ulises intervenga —mi expresión de inquietud le hizo seguir hablando—. Ellos se encargaran de que Diana te ayude.
—¿Quieres decir que la obligarán a ello? —él asintió y la idea me asqueó— De ninguna manera voy a permitir que le hagan nada.
—¡Marco! Deja de decir tonterías y de hacerte el caballero. ¡Está en juego tu vida! —intervino mi abuelo.
—¿Crees que no lo sé? Pero es lo que tengo, no podría vivir siendo el Viajero si ella me ayuda obligada.
Se instaló el silencio entre los tres, me sentía presionado y el salón de mi casa me pareció agobiante. Yo no quería que le hicieran daño a Diana porque estuviera asustada.


Cuando llegué a la parada de la ruta que estaba más cerca de mi casa me encontré con Dani y Alba que estaban hablando de la película del fin de semana, lo que me recordó que me había comprometido a ir con ellos.
—¿Pero por qué de terror, Dani, no podemos ir a ver una comedia romántica?
—Vamos a ver, lo que quiero es salir con ella, no que vosotras os hagáis amigas hablando del guaperas de turno —le explicó mi amigo haciendo gestos con las manos.
—Buenos días —saludé al llegar a su altura.
—Hombre, ¡pero si tienes buena cara y todo! ¿Cómo te encuentras?
—Mejor pero tampoco para tirar cohetes.
—Estábamos hablando de la película del fin de semana. A lo mejor tú puedes hacer que cambie de idea.
—Uih, lo siento Alba, has ido a pedírselo a la persona que más ama el género del terror —me sinceré encogiéndome de hombros.
—¿En serio? De verdad que no sé por qué me dejo meter en estos líos —se lamentó sacudiendo la cabeza.
—Porque eres la mejor hermana del mundo —hizo la pelota Dani.

Me reí por la cara de cachorrillo degollado que puso mi amigo para convencer a Alba y ella no tardó en seguirme.
El viaje de autobús fue muy tranquilo, los hermanos siguieron hablando del fin de semana mientras yo me preguntaba si debía cancelarlo antes de ser tarde pero me daba pena no tener la posibilidad de pasar un día tranquilo con mi mejor amigo. Además también tenía ganas de tener oportunidad de estar a solas con Alba y esa era una ocasión perfecta.
Sacudí la cabeza con fuerza para quitarme esa idea de la cabeza ¿qué hacía pensando así? No era un adolescente cualquiera a la espera del fin de semana, era el Viajero y me quedaban menos de cuatro días para convencer a mi Relojera para que me salvara.


Cuando llegué a clase me sorprendí al no ver a Diana ya en su sitio porque la ruta se había retrasado y habíamos llegado muy justos de tiempo. ¿Y si no iba a clase para no encontrarse conmigo por lo que mi padre le hubiera dicho?
Me dejé caer en mi asiento y puse mi cara entre las manos, preocupado por si le había ocurrido algo. Dani me puso una mano en el hombro, consoladoramente.
—Ya verás como viene ahora —alcé la mirada y le sonreí con franqueza—. Pero cambia la cara porque parece que se te ha muerto alguien.
Asentí y procuré hacer lo que me decía pero no podía evitar pensar que, de algún modo, sí que estaba a punto de morir alguien y era yo.

Estábamos en medio de clase de biología cuando llegó Diana. Se había alisado el pelo y estaba atado en un recogido a la altura del principio de la nuca, seguía llevando las mismas gafas que le resbalaban por su pequeña nariz pero también se había cambiado el uniforme por uno de su verdadera talla. Se ajustaba a su cuerpo como si se tratara de una segunda piel lo que provocó que la mayoría de los chicos siguieran sus movimientos hasta que tomó asiento, completamente tomados por sorpresa.
Yo estaba mirando cómo se sentaba unas cuantas filas detrás de mí cuando cruzamos una mirada. Sus ojos expresaban enfado, relampagueaban como una tormenta a punto de estallar, sentí el deseo de ponerme en pie y pedirle disculpas allí mismo, enfrente de todos mis compañeros pero sus ojos furiosos me mantuvieron pegado a la silla hasta que retiró su mirada como si yo no le importara.

Cuando sonó el timbre fui casi corriendo a su encuentro, mientras recogía su libro y cuaderno.
—Necesito hablar contigo —le dije directamente.
Una vez más sus ojos me fulminaron como si fueran flechas.
—Por favor —mi voz fue un ruego casi lastimero.
—¿Pero vas a venir tú o me vas a mandar a tu padre y abuelo? —preguntó hiriente.
—¿Qué querías que hiciera? Llevo días sin descansar apenas, el dolor de cabeza me hace casi delirar y no paro de desmayarme. ¿Qué harías tú en mi lugar si supieras que puedes morir en una semana?
—¿Por qué no dejas de pensar en ti, Marco? Seguro que cuando viste que yo era la Relojera te frotaste las manos pensando: “a esta me la camelo fácilmente”. Claro, con esos ojitos y esa cara bonita crees que todo te va a salir bien.
—¿Qué todo me sale bien? ¿Pero tú me has visto los últimos días? Venía a clase únicamente para cuidar de ti.

Diana se quedó callada y fui consciente de haber estado casi gritando. Nos volvimos hacia los lados y algunos de los compañeros que se habían quedado rezagados nos observaban perplejos. Seguramente no habrían escuchado toda la conversación pero seguramente seríamos la comidilla del colegio durante al menos una semana.
—¿Podemos seguir esta conversación a solas? —pregunté agarrándola del brazo.
Ella se sacudió para librarse de mí.
—No me toques —me amenazó antes de irse con la ira brillando en sus ojos.
Me quedé pegado al sitio, con la sensación de estar perdiendo la partida contra un rival invisible. Quise golpear todo lo que había alrededor y gritar como una bestia enloquecida pero no lo hice. Apreté los puños, no iba a permitir que Diana siguiera actuando de ese modo.

La alcancé en el pasillo antes de entrar en el aula de Lengua y Literatura. De un tirón la llevé dentro del cuarto de baño de chicos que estaba completamente vacío.
—Mira, siento ponerme así pero es posible que me queden sólo cuatro días para arreglar este desastre que puede ser mi vida si el Reloj no me protege. No sé por qué tienes ese pésimo concepto de mí o porque tienes tanto pánico a que cualquiera sepa quién eres en realidad. Mi padre sólo está preocupado por su hijo y por eso quiso intervenir. No quiero que te obliguen a ayudarme porque no podría vivir conmigo mismo de hacerlo.
Diana me observaba con los ojos abiertos como platos y las gafas resbalándose por el puente de su nariz, supe que la había tomado completamente por sorpresa.
—No sabes lo atacada que me sentí ayer —las lágrimas asomaron a su mirada que dejó de ser dura para convertirse en desolada—. Pensé que me habías traicionado porque ni siquiera estabas allí y tu padre… tu padre fue muy desagradable conmigo…

Fruncí el ceño y una sensación de deber protegerla se adueñó de mí al verla tan desamparada. La rodeé con los brazos y ella se encogió, como si estuviera preparada para saltar pero se quedó completamente quieta, sollozando contra mi pecho.
—No te preocupes, yo cuidaré de ti, no dejaré que te hagan ningún daño.
Pasé una mano por su mejilla, recogiendo el rastro de sus lágrimas y ella se estremeció un poco. Levantó la cabeza y nos quedamos a poca distancia, mirándonos a los ojos fijamente. Esa mirada oscura como pozos sin fondo.

La puerta se abrió de golpe y el profesor de filosofía resopló disgustado. Nosotros nos separamos de un salto y le miramos con las mejillas arreboladas.
—Señor Medina, qué alegría encontrarle. Quizás podría explicarme a qué se debe esta reunión tan cariñosa con la señorita Herrera.
Abrí la boca para contestar pero Diana se me adelantó.
—Profesor Fernández, es que en casa estamos teniendo muchos problemas por la enfermedad de mi madre y estoy muy desolada. Marco sólo estaba consolándome —yo asentí, sorprendido por su intervención.
La expresión del profesor se dulcificó y nos hizo un gesto para que saliéramos del cuarto de baño.
—De todas formas, Medina, debería haber pensado mejor el lugar a donde llevar a una señorita. El servicio de caballeros está vedado a cualquier persona del sexo femenino —apuntó cuidadosamente—. Ahora entren en clase.
Nos quedamos viendo como se alejaba por el pasillo.
—Gracias —dije.
Diana sonrió ligeramente, quitándole importancia.


Cuando comenzó el recreo largo me giré hacia ella y su mano voló al Reloj, me lo quité del cuello para que pudiera observarlo con más detenimiento.
—He estado leyendo en varios diarios de antiguos Viajeros que el Relojero debe abrirlo para acceder al mecanismo y que es lo más difícil.
—Sí, supongo que en cuanto los engranajes estén a la vista, el Relojero sabrá qué hacer ¿no? —dijo Diana con la frente fruncida.
—No sé, para eso eres tú la Relojera.
Diana me miró de reojo como si acabara de cometer un error imperdonable pero fue sólo un segundo antes de volver a prestar toda su atención al Reloj.
—He oído que este fin de semana vas al cine con tu novia —dijo como si necesitara aplacar el silencio de algún modo.
—¿Mi novia? ¿Alba? —Diana asintió— No, no es mi novia. Es la hermana de Dani y ha sido él quien nos ha metido en este embrollo para conseguir salir él con una chica.
—Pero te gusta ¿no?

La pregunta me tomó por sorpresa ¿me gustaba Alba? Lo más seguro era que sí pero en aquellos momentos mis sentimientos estaban un poco hechos un lío. Estaba a punto de contestar cuando ella chasqueó la lengua.
—Esto no hay quien lo abra —se lamentó.
Me llevé la uña del pulgar a los labios, preocupado por mi incierto futuro.

El Relojero es un relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora del Cuaderno de Ireth 2012
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1 comentario:

Malabaricien dijo...

Al final va a resultar que diana es buena. No sé por qué pero a mi nunca me ha dado buena espina... veremos a ver que pasa.
Como siempre muchas gracias por compartir tu relato, una delicia leerte!