Hola a todos un lunes más. Nos encontramos a las puertas del final con esta parte número diecinueve. En cierto modo me da pena que termine pero tengo muchas ganas de compartir el final con vosotros.
Por si acaso, os dejo AQUÍ el link al índice por si acabáis de llegar y queréis saber qué es esto del Relojero. Para los que ya estáis acostumbrados, os vuelvo a pedir que compartáis el relato en vuestras redes sociales.
La semana pasada Marco descubrió una verdad que seguramente dejó a más de uno patidifuso ¿qué hará nuestro protagonista?
El Relojero
Caí al suelo de rodillas, sujetándome la cabeza con fuerza al mismo tiempo que el sonido regresaba a mis oídos como si nunca se hubiera marchado. Todo se había desmoronado en cuestión de un momento, segundos antes pensaba que debía proteger a Diana de todas las amenazas que se atrevieran a cruzarse en su camino y ahora me encontraba dándome cuenta de la gran mentira que había vivido la última semana.
Nerea se había infiltrado en mi colegio y había suplantado la identidad de Diana, haciéndome creer que era la Relojera ya que ella no se congelaba cuando el Reloj entraba en acción. Había perdido el tiempo más precioso de mi vida confiando en una persona que había jugado conmigo a la espera de que el verdadero Relojero apareciera.
No daba crédito al descubrimiento que acababa de hacer, Alba era la Relojera, la persona que debía arreglar mi Reloj y salvarme. Me di cuenta de la ironía de la situación porque ella me había salvado en varias ocasiones y yo en ningún momento había sospechado que se trataba de la Relojera.
Sentía un dolor punzante en la cabeza, me palpitaba dolorosamente como si fuera a explotarme. El bullicio propio del comienzo del fin de semana estallaba en mis oídos, todos los paseantes eran ajenos a mi sufrimiento. Había perdido la oportunidad de salvarme, Alba estaba en manos de Nerea y había dejado claro que iba a obligarla a hacer un objeto para que sus poderes no se descontrolaran.
Un fogonazo de lucidez me sobrevino en el preciso momento en el que pensaba aquello. Si Nerea quería que Alba le hiciera un mecanismo, tendría que esperar un tiempo a que la Relojera supiera qué hacer. Eso me daba una posibilidad de encontrarlas y salvar a Alba.
Nuevamente me sentí hundido ya que no tenía la menor idea de dónde empezar a buscar, siempre nos habíamos enfrentado en la calle… salvo aquella vez en la que Nerea me había dejado inconsciente y me había llevado a ese almacén abandonado.
Al encontrarme en la puerta acristalada del local, empujé y tiré sin obtener resultado. Miré a mí alrededor, la calle se encontraba completamente desierta y rompí el cristal con el codo sin darme tiempo a replanteármelo. Metí la mano por dentro, cortándome con uno de los cristales que habían quedado en la puerta, y giré el picaporte con la suerte de encontrarme que desde dentro podía abrirse.
La tienda parecía haber sido abandonada hace tiempo, sólo quedaban unas estanterías metálicas y una barra americana en la que podía verse una antigua caja registradora. Todo estaba cubierto por una espesa capa de polvo que también se encontraba volatizado en el aire. Vi que en la pared contraria a la entrada, detrás de donde se encontraba la barra, había una puerta que seguramente conducía al almacén donde me habían tenido retenido.
Me encaminé hacia allí con determinación pero cuando mi mano entró en contacto con el picaporte me pregunté por primera vez si aquello era buena idea. No tenía la menor idea de si al abrir la puerta me iba a encontrar con alguien aunque era bastante improbable porque hubieran acudido al escuchar el follón que había montado al abrir la puerta.
Sin pensarlo más entré en la estancia y me encontré con la misma precaria habitación en la que Nerea me había encerrado para interrogarme sobre la identidad del Relojero cuando aún no tenía la menor idea de quién era. Cajas a medio llenar se apilaban contra las paredes y en el centro de la habitación estaba la misma silla en la que había estado atado. Me encaminé hacia allí y cogí entre mis dedos la cuerda que me había retenido que se encontraba cubierta por una fina línea de sangre seca.
En ese momento sentí que un objeto punzante se clavaba en mi nuca y tiraba de mí hacia el suelo. Me derrumbé y al cerrar los ojos por el dolor lo vi: era un largo pasillo tenuemente iluminado con varias puertas a lo largo del mismo.
Estaba inquieto, un nudo se apretaba en mi garganta y mi respiración era agitada, tiraba de alguien que trataba de desquitarse pero mi mano férrea no permitía que se liberara. Abrí la tercera puerta de la izquierda y obligué a quien arrastraba a entrar delante de mí. La habitación en la que entramos estaba más iluminada y había una larga mesa repleta de pequeños objetos de color metálico o dorado, además de herramientas.
Me volví hacia la derecha, encontrándome con una Alba aterrada. Sus ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas y su pecho no hacía más que subir y bajar a toda velocidad. En su mirada pude verme, sólo que no era yo sino que a quien veía en las pupilas de Alba, era Diana.
Cuando fui consciente de encontrarme en el almacén me atreví a abrir los ojos, el olor metalizado de mi sangre llegó a mi nariz y supe que podía sumar una herida en la cabeza a las incisiones de mi mano con los cristales.
No comprendía lo que me acababa de ocurrir pero sabía que no era la primera vez que había pasado, recordé los sueños que había tenido en varias ocasiones en los que era Nerea. Entró en mi mente cierta información que mi padre me había dicho sobre la conexión entre el Viajero y la Hija del Movimiento que eran capaces de encontrarse o de tener control sobre su persona.
Obligué a mi acelerada mente que dejara de martirizarme con la visión de Alba retenida por Nerea, poco a poco pude tener paz y ordenar mis pensamientos. Debía entrar en contacto con la parte de mi cerebro que podía ayudarme a encontrarlas y recordé cómo me había reído cuando me habían dicho en filosofía que sólo utilizamos un pequeño porcentaje de nuestro cerebro a lo largo de nuestra vida. Ahora necesitaba toda la suerte del mundo para despertar una parte que nunca había utilizado conscientemente.
Casi pude escuchar un molesto click justo cuando todos mis pensamientos desaparecieron. Me encontraba rodeado de una oscuridad agobiante en la que apenas podía respirar, pensé que la luz era necesaria en ese momento y un pequeño resplandor apareció en mi mano. Dirigí los dedos iluminados a mi alrededor y pude ver retazos de los últimos días, recuerdos que se enhebraban unos con otros como si de una obra de punto se tratara. Junto a imágenes que se me hacían familiares, se encontraban otras que no me pertenecían y que debían ser propiedad de Nerea. Me vi a mí mismo caminando junto a Alba después de dejar a Dani en el cine. Vi nuestro beso y como el tiempo se congelaba a nuestro alrededor, después nuestros caminos se separaban bruscamente.
Entorné los ojos para ver más allá, forcé mi mente y tiré de las imágenes que no me pertenecían y alcancé a ver la entrada de una casa y una parada de metro repleta de personas que vivían ajenas a lo que ocurría.
Sol.
Debía tener un aspecto lamentable porque mientras me abría camino por las abarrotadas calles del centro de Madrid, muchos se quedaban mirándome con los ojos entornados como si esperaran que les fuera a atracar.
No detuve mi carrera hasta que tuve ante mí el edificio que había visto, entonces me pregunté por primera vez qué hacer a continuación. Me acerqué al portero automático y vi que era un edificio con cinco pisos con tres apartamentos cada uno. Las probabilidades de equivocarme eran demasiado altas como para atreverme a llamar a uno al azar.
Estaba pensando en volver a repasar los recuerdos de Nerea cuando me apoyé en la puerta y ésta cedió bajo mi peso. Entré en el fresco recibidor de la casa y examiné los buzones sin saber muy bien que estaba intentando encontrar. Me encontraba en un edificio algo destartalado, el escritorio del portero tenía la madera rayada por el filo de algún objeto y se podían leer palabras y frases que iban desde las más sinceras declaraciones de amor, hasta las más obscenas expresiones. Los buzones, que quedaban detrás del escritorio, estaban en distintos niveles de deterioro pero no encontré ningún nombre que me sugiriera ser la identidad de la Hija del Movimiento.
Me forcé a respirar profundamente y lo sentí dentro, un segundo latido, un corazón bombeando contra el mío. Hasta ese momento no me había dado cuenta pero cuanto más me calmaba y me acercaba, era más fuerte. Supe que era ella y que no estaba lejos.
Fui a las escaleras y expandí mi intuición, atento a que algo en mi interior me dijera que me encontraba cerca de mi objetivo. Subí piso por piso, lentamente, sintiendo que el corazón de Nerea era cada vez más insistente hasta que empecé a escuchar un insistente murmullo que provenía de su mente.
Cuando llegué al quinto piso, procuré poner mayor cuidado con mis pasos, debía ser precavido si quería tener el factor sorpresa. La madera carcomida crujía bajo mis zapatos y mientras me acercaba al apartamento con la letra A pensé que estaba provocando un estruendo parecido al de las bombas nucleares.
Tenía los dientes apretados y mis piernas temblaban ligeramente, aterrado por ser descubierto pero todo estaba en calma. Puse la mano en el picaporte y, de golpe, el latido y el murmullo desaparecieron.
Una gota de sudor frío corrió por mi espalda, mi garganta se quedó seca y yo me encontré solo. Hasta ese momento algo me había rondado por la cabeza, como si me hubiera guiado pero en ese momento no tenía nada a lo que agarrarme.
Tuve un mal presentimiento y empujé la puerta con todas mis fuerzas. La cerradura cedió, mostrándome un vestíbulo oscuro, a la derecha había un armario de una hoja que estaba abierto y podía ver algunos abrigos colgados en perchas, a la derecha encontré un olvidado jarrón utilizado de paragüero que parecía a punto de caerse a trozos. Di dos pasos y pude ver que del vestíbulo surgían dos corredores que discurrían en direcciones opuestas, ambos parecían iguales a simple vista por lo que tomé el de la derecha, que me quedaba más cerca y eché a andar por él.
Las puertas aparecían a ambos lados del pasillo, todas cerradas y no había ninguna señal en su superficie que pudiera servirme para identificar lo que podía llevarse a cabo dentro. Dejé que lo que había visto en mi mente me guiara hasta la tercera puerta y la abrí de golpe, reprimiendo a duras penas mis ganas de gritar.
Quedé petrificado en el umbral de la habitación, angustiado por lo que mis ojos veían. Todas las paredes estaban empapeladas desde la mitad hasta el techo, tanto que no podía distinguirse el color natural que tenían. Me vi repetido hasta la saciedad en fotografías, siempre rodeado con un rotulador permanente de color rojo sangre. Eran imágenes de mi día a día desde que tenía ocho años, podía verme el día de mi comunión, en un cumpleaños con Dani, el beso con mi primera novia. Allí donde miraba me encontraba con la realidad de una persona que había vivido obsesionada conmigo.
Miré los muebles, había un tocador de dimensiones increíbles lleno hasta los topes de cosméticos que no sabía reconocer, también había prótesis y látex que seguramente eran utilizadas por Nerea para crearse diferentes identidades. Sentí vértigo al ver la cantidad de pelucas que había desperdigadas por el mueble. Sólo había algo más en la habitación, una cama, una solitaria cama con sábanas blancas ásperas e impersonales.
Volví hacia atrás y mi imagen me devolvió la mirada desde un espejo de cuerpo entero. Vi a un chico de dieciséis años, de cabello enmarañado y ojos enrojecidos y asustados. Mi ropa estaba manchada de polvo y sangre. ¿Cómo era posible que me estuviera sucediendo aquello? Hacía una semana no tenía que lidiar con el desafío que significa ser el Viajero, no tenía que salvar a Alba y, mucho menos, pelear con una chica que lo único que quería era sobrevivir.
Apreté los puños con fuerza, podía ser que Nerea sólo quisiera conseguir un objeto que la ayudara a controlar sus poderes pero se había equivocado completamente de método. Me había engañado, se había introducido en mi vida y había puesto en peligro a la persona más fundamental de mi vida en ese momento.
Salí al corredor y lo recorrí rápidamente, deseando acabar con aquello lo antes posible. En un suspiro me encontré ante la puerta correcta, supe que se encontraban al otro lado porque al intentar girar el picaporte, éste no permitió que entrara y al moverlo escuché dentro varios ruidos.
Me separé todo lo que pude de la puerta, sacudí mi hombro derecho y me puse de perfil frente a mi objetivo justo antes de envestirla y derribarla. La madera mal conservada cedió, astillándose por distintos lugares. Entré en la misma habitación que había visto en mi mente.
Dentro estaba Nerea, que me observaba con cautela y ferocidad, interponiéndose entre yo y Alba. Alcancé a ver que estaba bien pero sus muñecas y sus tobillos estaban rodeados por fuertes grilletes metálicos. Sentí que una rabia animal, casi primitiva surgía de algún lugar dormido de mi ser y tomaba el control de la situación.
El Relojero es un relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora del Cuaderno de Ireth 2012
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La semana pasada Marco descubrió una verdad que seguramente dejó a más de uno patidifuso ¿qué hará nuestro protagonista?
El Relojero
Caí al suelo de rodillas, sujetándome la cabeza con fuerza al mismo tiempo que el sonido regresaba a mis oídos como si nunca se hubiera marchado. Todo se había desmoronado en cuestión de un momento, segundos antes pensaba que debía proteger a Diana de todas las amenazas que se atrevieran a cruzarse en su camino y ahora me encontraba dándome cuenta de la gran mentira que había vivido la última semana.
Nerea se había infiltrado en mi colegio y había suplantado la identidad de Diana, haciéndome creer que era la Relojera ya que ella no se congelaba cuando el Reloj entraba en acción. Había perdido el tiempo más precioso de mi vida confiando en una persona que había jugado conmigo a la espera de que el verdadero Relojero apareciera.
No daba crédito al descubrimiento que acababa de hacer, Alba era la Relojera, la persona que debía arreglar mi Reloj y salvarme. Me di cuenta de la ironía de la situación porque ella me había salvado en varias ocasiones y yo en ningún momento había sospechado que se trataba de la Relojera.
Sentía un dolor punzante en la cabeza, me palpitaba dolorosamente como si fuera a explotarme. El bullicio propio del comienzo del fin de semana estallaba en mis oídos, todos los paseantes eran ajenos a mi sufrimiento. Había perdido la oportunidad de salvarme, Alba estaba en manos de Nerea y había dejado claro que iba a obligarla a hacer un objeto para que sus poderes no se descontrolaran.
Un fogonazo de lucidez me sobrevino en el preciso momento en el que pensaba aquello. Si Nerea quería que Alba le hiciera un mecanismo, tendría que esperar un tiempo a que la Relojera supiera qué hacer. Eso me daba una posibilidad de encontrarlas y salvar a Alba.
Nuevamente me sentí hundido ya que no tenía la menor idea de dónde empezar a buscar, siempre nos habíamos enfrentado en la calle… salvo aquella vez en la que Nerea me había dejado inconsciente y me había llevado a ese almacén abandonado.
Al encontrarme en la puerta acristalada del local, empujé y tiré sin obtener resultado. Miré a mí alrededor, la calle se encontraba completamente desierta y rompí el cristal con el codo sin darme tiempo a replanteármelo. Metí la mano por dentro, cortándome con uno de los cristales que habían quedado en la puerta, y giré el picaporte con la suerte de encontrarme que desde dentro podía abrirse.
La tienda parecía haber sido abandonada hace tiempo, sólo quedaban unas estanterías metálicas y una barra americana en la que podía verse una antigua caja registradora. Todo estaba cubierto por una espesa capa de polvo que también se encontraba volatizado en el aire. Vi que en la pared contraria a la entrada, detrás de donde se encontraba la barra, había una puerta que seguramente conducía al almacén donde me habían tenido retenido.
Me encaminé hacia allí con determinación pero cuando mi mano entró en contacto con el picaporte me pregunté por primera vez si aquello era buena idea. No tenía la menor idea de si al abrir la puerta me iba a encontrar con alguien aunque era bastante improbable porque hubieran acudido al escuchar el follón que había montado al abrir la puerta.
Sin pensarlo más entré en la estancia y me encontré con la misma precaria habitación en la que Nerea me había encerrado para interrogarme sobre la identidad del Relojero cuando aún no tenía la menor idea de quién era. Cajas a medio llenar se apilaban contra las paredes y en el centro de la habitación estaba la misma silla en la que había estado atado. Me encaminé hacia allí y cogí entre mis dedos la cuerda que me había retenido que se encontraba cubierta por una fina línea de sangre seca.
En ese momento sentí que un objeto punzante se clavaba en mi nuca y tiraba de mí hacia el suelo. Me derrumbé y al cerrar los ojos por el dolor lo vi: era un largo pasillo tenuemente iluminado con varias puertas a lo largo del mismo.
Estaba inquieto, un nudo se apretaba en mi garganta y mi respiración era agitada, tiraba de alguien que trataba de desquitarse pero mi mano férrea no permitía que se liberara. Abrí la tercera puerta de la izquierda y obligué a quien arrastraba a entrar delante de mí. La habitación en la que entramos estaba más iluminada y había una larga mesa repleta de pequeños objetos de color metálico o dorado, además de herramientas.
Me volví hacia la derecha, encontrándome con una Alba aterrada. Sus ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas y su pecho no hacía más que subir y bajar a toda velocidad. En su mirada pude verme, sólo que no era yo sino que a quien veía en las pupilas de Alba, era Diana.
Cuando fui consciente de encontrarme en el almacén me atreví a abrir los ojos, el olor metalizado de mi sangre llegó a mi nariz y supe que podía sumar una herida en la cabeza a las incisiones de mi mano con los cristales.
No comprendía lo que me acababa de ocurrir pero sabía que no era la primera vez que había pasado, recordé los sueños que había tenido en varias ocasiones en los que era Nerea. Entró en mi mente cierta información que mi padre me había dicho sobre la conexión entre el Viajero y la Hija del Movimiento que eran capaces de encontrarse o de tener control sobre su persona.
Obligué a mi acelerada mente que dejara de martirizarme con la visión de Alba retenida por Nerea, poco a poco pude tener paz y ordenar mis pensamientos. Debía entrar en contacto con la parte de mi cerebro que podía ayudarme a encontrarlas y recordé cómo me había reído cuando me habían dicho en filosofía que sólo utilizamos un pequeño porcentaje de nuestro cerebro a lo largo de nuestra vida. Ahora necesitaba toda la suerte del mundo para despertar una parte que nunca había utilizado conscientemente.
Casi pude escuchar un molesto click justo cuando todos mis pensamientos desaparecieron. Me encontraba rodeado de una oscuridad agobiante en la que apenas podía respirar, pensé que la luz era necesaria en ese momento y un pequeño resplandor apareció en mi mano. Dirigí los dedos iluminados a mi alrededor y pude ver retazos de los últimos días, recuerdos que se enhebraban unos con otros como si de una obra de punto se tratara. Junto a imágenes que se me hacían familiares, se encontraban otras que no me pertenecían y que debían ser propiedad de Nerea. Me vi a mí mismo caminando junto a Alba después de dejar a Dani en el cine. Vi nuestro beso y como el tiempo se congelaba a nuestro alrededor, después nuestros caminos se separaban bruscamente.
Entorné los ojos para ver más allá, forcé mi mente y tiré de las imágenes que no me pertenecían y alcancé a ver la entrada de una casa y una parada de metro repleta de personas que vivían ajenas a lo que ocurría.
Sol.
Debía tener un aspecto lamentable porque mientras me abría camino por las abarrotadas calles del centro de Madrid, muchos se quedaban mirándome con los ojos entornados como si esperaran que les fuera a atracar.
No detuve mi carrera hasta que tuve ante mí el edificio que había visto, entonces me pregunté por primera vez qué hacer a continuación. Me acerqué al portero automático y vi que era un edificio con cinco pisos con tres apartamentos cada uno. Las probabilidades de equivocarme eran demasiado altas como para atreverme a llamar a uno al azar.
Estaba pensando en volver a repasar los recuerdos de Nerea cuando me apoyé en la puerta y ésta cedió bajo mi peso. Entré en el fresco recibidor de la casa y examiné los buzones sin saber muy bien que estaba intentando encontrar. Me encontraba en un edificio algo destartalado, el escritorio del portero tenía la madera rayada por el filo de algún objeto y se podían leer palabras y frases que iban desde las más sinceras declaraciones de amor, hasta las más obscenas expresiones. Los buzones, que quedaban detrás del escritorio, estaban en distintos niveles de deterioro pero no encontré ningún nombre que me sugiriera ser la identidad de la Hija del Movimiento.
Me forcé a respirar profundamente y lo sentí dentro, un segundo latido, un corazón bombeando contra el mío. Hasta ese momento no me había dado cuenta pero cuanto más me calmaba y me acercaba, era más fuerte. Supe que era ella y que no estaba lejos.
Fui a las escaleras y expandí mi intuición, atento a que algo en mi interior me dijera que me encontraba cerca de mi objetivo. Subí piso por piso, lentamente, sintiendo que el corazón de Nerea era cada vez más insistente hasta que empecé a escuchar un insistente murmullo que provenía de su mente.
Cuando llegué al quinto piso, procuré poner mayor cuidado con mis pasos, debía ser precavido si quería tener el factor sorpresa. La madera carcomida crujía bajo mis zapatos y mientras me acercaba al apartamento con la letra A pensé que estaba provocando un estruendo parecido al de las bombas nucleares.
Tenía los dientes apretados y mis piernas temblaban ligeramente, aterrado por ser descubierto pero todo estaba en calma. Puse la mano en el picaporte y, de golpe, el latido y el murmullo desaparecieron.
Una gota de sudor frío corrió por mi espalda, mi garganta se quedó seca y yo me encontré solo. Hasta ese momento algo me había rondado por la cabeza, como si me hubiera guiado pero en ese momento no tenía nada a lo que agarrarme.
Tuve un mal presentimiento y empujé la puerta con todas mis fuerzas. La cerradura cedió, mostrándome un vestíbulo oscuro, a la derecha había un armario de una hoja que estaba abierto y podía ver algunos abrigos colgados en perchas, a la derecha encontré un olvidado jarrón utilizado de paragüero que parecía a punto de caerse a trozos. Di dos pasos y pude ver que del vestíbulo surgían dos corredores que discurrían en direcciones opuestas, ambos parecían iguales a simple vista por lo que tomé el de la derecha, que me quedaba más cerca y eché a andar por él.
Las puertas aparecían a ambos lados del pasillo, todas cerradas y no había ninguna señal en su superficie que pudiera servirme para identificar lo que podía llevarse a cabo dentro. Dejé que lo que había visto en mi mente me guiara hasta la tercera puerta y la abrí de golpe, reprimiendo a duras penas mis ganas de gritar.
Quedé petrificado en el umbral de la habitación, angustiado por lo que mis ojos veían. Todas las paredes estaban empapeladas desde la mitad hasta el techo, tanto que no podía distinguirse el color natural que tenían. Me vi repetido hasta la saciedad en fotografías, siempre rodeado con un rotulador permanente de color rojo sangre. Eran imágenes de mi día a día desde que tenía ocho años, podía verme el día de mi comunión, en un cumpleaños con Dani, el beso con mi primera novia. Allí donde miraba me encontraba con la realidad de una persona que había vivido obsesionada conmigo.
Miré los muebles, había un tocador de dimensiones increíbles lleno hasta los topes de cosméticos que no sabía reconocer, también había prótesis y látex que seguramente eran utilizadas por Nerea para crearse diferentes identidades. Sentí vértigo al ver la cantidad de pelucas que había desperdigadas por el mueble. Sólo había algo más en la habitación, una cama, una solitaria cama con sábanas blancas ásperas e impersonales.
Volví hacia atrás y mi imagen me devolvió la mirada desde un espejo de cuerpo entero. Vi a un chico de dieciséis años, de cabello enmarañado y ojos enrojecidos y asustados. Mi ropa estaba manchada de polvo y sangre. ¿Cómo era posible que me estuviera sucediendo aquello? Hacía una semana no tenía que lidiar con el desafío que significa ser el Viajero, no tenía que salvar a Alba y, mucho menos, pelear con una chica que lo único que quería era sobrevivir.
Apreté los puños con fuerza, podía ser que Nerea sólo quisiera conseguir un objeto que la ayudara a controlar sus poderes pero se había equivocado completamente de método. Me había engañado, se había introducido en mi vida y había puesto en peligro a la persona más fundamental de mi vida en ese momento.
Salí al corredor y lo recorrí rápidamente, deseando acabar con aquello lo antes posible. En un suspiro me encontré ante la puerta correcta, supe que se encontraban al otro lado porque al intentar girar el picaporte, éste no permitió que entrara y al moverlo escuché dentro varios ruidos.
Me separé todo lo que pude de la puerta, sacudí mi hombro derecho y me puse de perfil frente a mi objetivo justo antes de envestirla y derribarla. La madera mal conservada cedió, astillándose por distintos lugares. Entré en la misma habitación que había visto en mi mente.
Dentro estaba Nerea, que me observaba con cautela y ferocidad, interponiéndose entre yo y Alba. Alcancé a ver que estaba bien pero sus muñecas y sus tobillos estaban rodeados por fuertes grilletes metálicos. Sentí que una rabia animal, casi primitiva surgía de algún lugar dormido de mi ser y tomaba el control de la situación.
El Relojero es un relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora del Cuaderno de Ireth 2012
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1 comentario:
Me ha encantado, como siempre, sobre todo las descripciones en esta parte. Espero con ganas el final. Muchas gracias por compartirlo con nosotros
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