lunes, 31 de diciembre de 2012

El Relojero (XX)

¡Hola a todos! Estamos a 31 de diciembre de 2012, último día de año y os quiero contar una cosa. Cuando este blog servía únicamente para compartir mis historias, despedía el año con un relato protagonizado por personajes que ese año hubiera creado o hubiera estado utilizando, era una costumbre que me gustaba mucho porque mis personajes despedía el año por mí.
Este año lo despido con el Relojero, ese relato que podéis comenzar a leer aquí y que dentro de poco subiré todo junto para aquellos que prefieran prescindir del blog.
Yo he escrito este final con todo mi corazón y espero que disfrutéis del final de Marco. Ya sabéis que me haríais un favor enorme si compartierais este relato, haciéndolo llegar a más personas.
Un saludo y ¡feliz fin de año a todos!


El Relojero

Un gruñido casi gutural salió de mi garganta y no logré reconocer mi voz en ese sonido. Mis piernas se movieron solas y llevaron todo el peso de mi cuerpo hacia Nerea, derribándola con brutalidad. Ambos caímos al suelo, rodamos por él levantando polvo y nos golpeamos mutuamente. Sentí dolor en mi barbilla y sus pies fueron a dar con las partes más nobles de mi cuerpo.
En un momento normal me hubiera desplomado en el suelo sin sentido, pero no me encontraba en un entrenamiento con Ernesto, ni con mi padre, estaba peleando por mi supervivencia y por la de Alba. Necesitaba derrotarla.
Agarré a Nerea por los pelos y tiré de ella hacia arriba, levantándome al mismo tiempo y después la empujé contra la pared más cercana, arrinconándola con mi cuerpo. Ambos jadeábamos alterados y sus ojos parecían contener la misma furia que yo sentía recorriendo mi cuerpo en ese preciso instante.

Sus piernas se removían, golpeando mis costados con contundencia mientras con sus manos intentaba liberarse de mi férreo agarre. Recorrí con los ojos toda la habitación, buscando las llaves de los grilletes de Alba para liberarla pero no lo encontré, por lo que supuse que debía tenerlas Nerea a buen recaudo.
De repente dejó de forcejear y al volver la mirada hacia ella, mi peso cedió sobre el vacío que había dejado Nerea al desaparecer. Al momento siguiente sentí un doloroso golpe en la espalda que me empotró de cara contra la pared para después agarrarme un brazo y retorcerlo hacia atrás.
—¡Déjale! ¡Te ayudaré, pero déjale! —gritaba Alba.
Nerea bufó pero no aflojó su agarre.
—¿Crees que él va a dejar que me ayudes? Viene a matarme, como todos los Viajeros del Tiempo hacen con las Hijas del Movimiento…
Su voz estaba impregnada de rencor y su mano cada vez se hacía más dura hasta que escuché como un hueso se rompía. El dolor se extendió como lava ardiendo por mis venas, dándome el empuje que necesitaba para contraatacar.

Me impulsé para atrás, tomando por sorpresa a Nerea y volvimos a caer al suelo, mi brazo quedo inerte a mi costado y utilicé el sano para golpearla. Un hilo de sangre se deslizó desde su nariz hacia la barbilla y sus ojos parecieron nublarse.
Tenía el brazo en alto, preparado para el siguiente ataque cuando su cuerpo parpadeó en el espacio. Escuché como Nerea aspiraba con fuerza y me dirigía una mirada de intenso terror que me confundió.
Entonces desapareció ante mis ojos.


Sacudí la cabeza, siendo consciente de lo que había ocurrido: había vencido a la Hija del Movimiento y había rescatado a la Relojera. El júbilo me hizo sonreír, pero el dolor de mi cara magullada y mi brazo que colgaba como si fuera de trapo me hicieron recapacitar y tomar cartas en el asunto. Teníamos que salir de allí cuanto antes.
Estaba a punto de ponerme en pie cuando escuché que Alba sollozaba. Me giré hacia ella y vi que tenía la cabeza agachada y que las lágrimas cristalinas caían sobre su regazo. Supe que no tenía la menor idea de lo que estaba ocurriendo y que era mi culpa que se encontrara en esa penosa situación.

Me acerqué a ella y le hice levantar la cabeza, acariciando su mejilla con toda la suavidad que pude.
—Lo siento —murmuré con la voz rasposa.
Alba negó con la cabeza y se dejó abrazar por mí.
Tomé mi móvil, el cual me sorprendía que funcionara después de todos los golpes que debía haberse llevado, y marqué el número que se encontraba en última llamada.
—¿Marco? —me contestaron al segundo tono.
—Ernesto, necesito que vengas a buscarme. He tenido un pequeño problema y necesito tu ayuda.


No había pasado ni un cuarto de hora cuando Ernesto apareció en la casa con unos alicates de dimensiones desorbitadas para forzar los grilletes de Alba, ella había logrado calmarse pero continuaba sin pronunciar palabra por mucho que yo le insistiera.
—Tenemos que llevarla a algún lugar donde esté a salvo —dije.
—Si ella ha terminado igual o peor que tú, estará unas horas sin aparecer así que tenemos tiempo para decidirlo, pero lo primero es sacarla de aquí —opinó Ernesto agarrando a Alba del brazo.
La Relojera se dejó llevar por nosotros con la mirada perdida y el labio inferior tembloroso. Fuera el sol había dejado su cénit hace tiempo y se escondía entre los altos edificios del centro de Madrid. Hicimos que entrara en el asiento trasero del coche de Ernesto y yo ocupé el sitio del copiloto, siendo incapaz de dejar de mirar por encima de mi hombro, cada vez más preocupado por el estado de Alba.
—¿Qué es lo que le pasa? —pregunté en voz baja cuando tomó el volante con firmeza.
—Está en estado de shock, Marco, es completamente normal —le miré con urgencia y él me dio unos golpes en la espalda, consoladoramente—. No te preocupes, vamos a ver a Jaime y él nos ayudará.
Tuve que esforzarme para recordar que el Jaime al que se refería Ernesto, era el Doctor Ruiz que trabajaba en el Proyecto Ulises. El silencio se extendió por todo el coche, entonces escuché que todo ese tiempo Alba había estado murmurando algo para sí, entre dientes y en voz demasiado baja como para ser capaz de escucharla.
—Te ayudaré, si le dejas te ayudaré… —repetía una y otra vez.


Cuando llegamos a la sede del Proyecto Ulises el sol había desaparecido completamente del firmamento y sólo había dejado un rastro violáceo que poco a poco se fue cubriendo con nubarrones y unos diminutos puntos brillantes que la contaminación impedía que fueran más visibles.
Una vez en el garaje, ayudé a Alba a salir del coche y la rodeé protectoramente con el brazo, pasándoselo por la cintura y atrayéndola hacia mí para que se apoyara. Entramos en el edificio por otra puerta que nos llevó a un ascensor que era casi tan grande como mi habitación. Ernesto pulsó el botón del piso 15 y esperamos.
—Antes de ver a Jaime o a cualquier miembro del Proyecto Ulises tengo que pedirte una cosa. Déjame hablar a mí, diga lo que diga no me interrumpa. Es mejor que piensen que estás tan perdido como ella —Ernesto hizo un ademán para señalar a Alba—, a que vean que eres plenamente consciente de lo que ocurre ¿entiendes?
Cientos de preguntas cruzaron por mi mente en ese momento pero una voz metálica y extrañamente amable nos informó de nuestra llegada inminente al piso 15 por lo que decidí hacer de tripas corazón y confiar en Ernesto. Asentí en el preciso instante que la puerta se abría.

La sobria habitación en la que el Doctor Ruiz me había atendido estaba exactamente igual que la última vez que me había encontrado allí, los materiales estaban pulcramente colocados formando un grupo de líneas paralelas y él se encontraba sentado tras un escritorio, examinando unos papeles con el ceño fruncido.
Al ser consciente de nuestra presencia levantó la mirada.
—¡Ernesto! —exclamó en voz baja.
El susodicho movió las manos con gesto apaciguador mientras se acercaba a él. Yo me quedé apartado, siguiendo las indicaciones de mi maestro de parecer estar en estado de shock.
—Hace un rato me llamó Marco para que le ayudara. Había encontrado a la Relojera pero la Hija del Movimiento se le había adelantado, así que la seguimos y conseguimos reducirla pero ahora los dos están muy impresionados. Ella no ha vuelto a hablar.
Me pregunté qué razón tendría Ernesto para querer hacer pensar a todos que me había acompañado en mi búsqueda pero guardé silencio.
El Doctor Ruiz se acercó a Alba y me apartó de su lado, ella se revolvió y se me agarró con fuerza, clavándome las uñas en la espalda.
—Vamos a sentarnos en la camilla, Alba, necesitamos que nos digan si estamos bien para poder irnos a casa —susurré conciliadoramente.
—A casa… —musitó interrumpiendo por primera vez su cantinela.
La guié a la camilla y nos sentamos juntos. El Doctor Ruiz examinó pacientemente las magulladuras que teníamos, deteniéndose largamente en mí y curándolas una a una con la calma que caracteriza a los buenos médicos. Después continuó haciendo averiguaciones con un bolígrafo de luz blanca, apuntando a Alba y experimentando con sus reacciones.
—Bueno, creo que lo único que le ocurre es que está muy confusa porque no sabe lo que ha ocurrido y qué tiene ella que ver en todo esto ¿verdad? —Alba no se dio por aludida y continuó con la mirada perdida— Creo que lo que deberíamos hacer es contárselo.
Ernesto asintió y me hizo un gesto para que procediera. Tragué saliva y me di cuenta de lo difícil que era explicarlo después de todo lo que había pasado.
—¿Podríamos quedarnos a solas? —inquirí sintiendo que el nudo de la garganta me apretaba cada vez más.

Cuando se hubieron ido, fui capaz de hablar.
—Alba, siento mucho lo que ha ocurrido pero necesito que me escuches y me ayudes. Antes, cuando me preguntaste qué me había ocurrido el día que me encontraste herido… no pude contestarte —ella me miró a los ojos por primera vez desde que nos habíamos vuelto a encontrar.
Entonces procedí a contarle todo lo que había ocurrido, sin guardarme nada porque sabía que una mentira en ese momento podía acarrearle problemas a Alba. Le dije cómo Nerea me había engañado y lo desesperado que me había sentido cuando desaparecieron en mitad de la calle.
—¿Por eso estabas todo el rato con Diana? —asentí— El primer día de clase sentí que todo se detenía a mi alrededor y te escuché hablar, pensé que había sido imaginación mía.
—No, yo detuve el tiempo y ella me hizo creer que era la Relojera hasta hoy, cuando he descubierto que todo era una farsa.
—Entonces, quieres que yo te haga un mecanismo para que no te desestabilices.
Negué con la cabeza.
—Yo ya tengo uno, sólo hay que arreglarlo —saqué de debajo de mi camiseta el Reloj que estaba mortalmente frío.

Alba pasó los dedos por su superficie, mirándolo atentamente.
—Está casi detenido, el segundero se mueve cada cuatro segundos —el nudo de mi garganta amenazó con hacerme devolver pero mantuve la compostura y observé cómo Alba trabajaba—. Aquí hay una junta...
Frunció el ceño y maniobró con el Reloj con profesionalidad, como si conociera todos sus recovecos. Estaba tan pendiente de mirarla que podía apreciar la gota de sudor que corría velozmente por su sien, entonces pensé en decirle que lo dejara para más tarde cuando estuviera más descansada. Pero un click me sacó de mi error.
Clavé mis ojos en el Reloj que Alba sostenía entre los dedos que se abría lentamente. Sentí ganas de chillar y a la vez mi garganta se secó como si llevara años sin probar agua.

Todo mi cansancio y mis dudas se concentraron en ese preciso instante en el que las ruedas y los piñones se entrecruzaban unas con otras, moviéndose lenta pero inexorablemente. Por mi mente pasó la idea de estar viendo mi propio reloj biológico, como iba deteniéndose poco a poco y sentí vértigo. Los dientes de las ruedas castañeteaban al imbricarse con los contrarios y sonaban como si les costara llevar a cabo dicho movimiento.
—El minutero tiene un diente roto por el uso, falta limpiar las piezas… —la Relojera enumeraba una serie de desperfectos que tenía el Reloj.
Movido por el impulso me quite la cadena del cuello y se lo tendí directamente, sin sentir ningún temor, confiando mi vida a Alba.


Ernesto convencía a alguien por teléfono de la buena dirección que habían tomado los acontecimientos. El Doctor Ruiz estaba sentado en una silla, esperando a que alguien le dijera qué hacer. Yo me sentía fatigado por sólo respirar, pero veía tan cerca el final de aquella pesadilla que me sentía capaz de aguantar un poco más. Alba llevaba más de una hora trabajando en el despacho del Doctor Ruiz con todo tipo de facilidades para la reparación del Reloj.
Crucé las manos y cerré los ojos, deseando que todo se arreglara. Entonces escuché con claridad un sollozo, una chica lloraba en alguna parte de mi mente, Nerea maldecía su suerte tristemente. Sentí que el corazón se me encogía.
Entonces la puerta se abrió y Alba salió, mirando en todas direcciones para encontrarme. Me puse en pie y ella me tendió el Reloj que relucía como si fuera nuevo.
—Te dije que si podía ayudarte, lo haría —dijo con una pequeña sonrisa.
Tuve ganas de besarla como nunca en mi vida pero me detuve y cogí aquello que tanto quebraderos de cabeza me había dado últimamente. Su tacto era suave y sorprendentemente cálido, desde ese momento supe que Alba había conseguido arreglarlo. Me lo pasé por el cuello y se me cayó un peso de los hombros, ya no sentía la presión de ser una bomba a punto de explotar y desaparecer en algún rincón del tiempo.
Ese fue el momento en el que Marco Medina se convirtió en el verdadero Viajero del Tiempo.


Después de darnos una larga ducha y cambiarnos de ropa, acompañé a Alba a su casa y tranquilicé a Dani que parecía haber pensado seriamente en llamar a la policía al no encontrarse a su hermana cuando volvió a casa.
Cuando se recuperó de la impresión de enterarse del secuestro de Alba y de mi combate contra Nerea que me dejó para el arrastre, nos abrazó a los dos con los ojos abnegados de lágrimas… aunque él lo negó diciendo que se le había metido algo en el ojo, yo supe lo mal que se sentía por no haber podido ayudar.
—Ya te dije yo que no me daba buena espina todo lo de Diana —se jactó Dani con un dedo en alto.
—Bueno, ahora da lo mismo, ella ha desaparecido y no van a dejar que nos siga molestando —expliqué recostándome en el sofá.
Vi que Alba se ponía tensa y lo malinterpreté como un signo de rechazo hacia Nerea. Le pidió a su hermano que nos trajera unos refrescos y se volvió hacia mí con urgencia.
—¿Le van a hacer algo? —preguntó.
—No, sólo nos protegerán de ella si aparece —contesté, algo sorprendido por su reacción—¿Pasa algo?
—Yo… —comenzó, mirando hacia los lados como si temiera que alguien estuviera escuchándola—. Marco, sé que no vas a estar de acuerdo pero… quiero ayudarla.
Di un salto en el sofá y me incliné hacia ella, agarrándola de las manos como si de ese modo pudiera quitarle esa mala idea de la mente.
—¿Después de lo que te ha hecho?
—Por eso mismo, tú no lo has visto, Marco. Ella ha vivido toda su vida con la presión de ser la Hija del Movimiento, reinventándose a sí misma para lograr acercarse a ti y encontrar al Relojero…
Recordé, en forma de flashes, la habitación de Nerea, todas las fotos, la obsesión que parecía tener por mí y por el Reloj, y su mirada de terror antes de desaparecer al saber que había perdido su última oportunidad de salvarse.
—Pero ella te hizo daño, Alba
Ella liberó una de sus manos, que yo apretaba con fuerza, y me acarició una mejilla con suavidad, como si temiera que fuera a romperme.
—Más daño se hace a sí misma, Marco… seguramente ahora esté llorando pensando que está muerta en vida —explicó haciéndome recordar el llanto que había escuchado en mi mente horas atrás.
—No van a dejarte —le aseguré recordando el odio acérrimo del Proyecto Ulises hacia las Hijas del Movimiento.
Guardamos silencio y justo en ese momento regresó Dani que con el nerviosismo no había podido decidir y había acabado llevando una lata de cada tipo de refresco que tenían en casa. Mientras los repartíamos y servíamos pensé en las palabras de Alba. Podía comprender el sentimiento de terror que produce pensar que tu vida puede torcerse en cualquier momento pero no lograba ponerme en la piel de Nerea, llegando al extremo de secuestrar a una chica completamente inocente para obligarla a hacer algo que no comprende.
Miré a Alba y me sentí muy egoísta en comparación con ella, que estaba dispuesta a ayudar a Nerea mientras que yo sólo era capaz de pelearme.


Cuando volví a casa mi padre y mi abuelo me ahogaron en abrazos y felicitaciones por haberlo logrado pero yo continuaba dándole vueltas a lo que Alba quería hacer. Me pregunté si era bueno callármelo o si debía compartirlo con mi padre para que me aconsejara.
—Lo siento, hijo. Deberíamos dejar que te vayas a la cama, pareces agotado.
Sólo fui capaz de asentir y dejarme guiar hasta mi cama, donde me desplomé literalmente y caí dormido en cuanto cerré los ojos. Había sido un día tremendamente largo pero había sido el primero de mi nueva vida.
Después de reparar mi Reloj pasé mucho tiempo en el Proyecto Ulises, aprendiendo de mi padre y mi abuelo sobre cómo saltar en el tiempo, ahora que no había problema de quedarme atascado. Durante ese tiempo no supimos nada de Nerea y Alba pareció decepcionada al llegar a clase el siguiente día y no encontrarla tranquilamente sentada.

Yo estaba demasiado concentrado en descubrir mi poder y me pasaba horas soñando sobre dónde viajaría por primera vez. La respuesta llegó diez días después de mi activación y la respuesta no me sorprendió.
Fue después de conocer por primera vez a todos los miembros del Consejo del Tiempo, un grupo de señores mayores que parecían ansiar más que nadie ser el Viajero y que se habían tenido que contentar con controlar todo lo que hiciera.
—Desde siempre se ha intentado que los primeros viajes sean para conocer a anteriores Viajeros para que el actual aprenda todo lo que le sea posible. Nosotros hemos escogido que vayas a conocer a William Clarendon porque creemos que fue uno de los más diestros de tus antepasados —me explicó un hombre esbelto y de cabello completamente blanco.
—¿Eso quiere decir que me voy a Londres? —pregunté con una ceja ligeramente alzada.
—Sí, pasarás 24 horas en el pasado con él y después regresaréis a Madrid para proseguir con tu entrenamiento —explicó Román a quien me parecía haber conocido hace años.
—¿Regresaremos? ¿voy con mi padre? —pregunté sorprendido ya que me había acostumbrado a que le excluyeran de todas mis actividades.
—No, yo iré contigo y me ocuparé de que no la líes —contestó Ernesto.


Los preparativos del viaje y las despedidas se precipitaron y antes de poder darme cuenta ya me encontraba en el avión escuchando las maldiciones de Ernesto sobre que ya no daban nada gratis en los vuelos turistas.
Estaba riéndome, diciéndole que parecía un anciano al que no le han pasado la pensión cuando a mi lado pasó una chica que disparó todas mis alarmas interiores. Tenía el cabello negro y le rozaba los hombros con delicadeza, sus ojos eran verdes y parecieron mirar en lo más hondo de mi ser. Aunque su nariz era ligeramente más grande y su piel fuera más dorada, supe que detrás de todo aquel maquillaje, se escondía Nerea.

No sé por qué me quedé mirándola y no avisé a Ernesto, sólo que nos miramos unos momentos antes de que el tiempo y el espacio regresaran a su velocidad normal y el comandante nos dijera que iban a proceder al despegue, deseándonos un feliz viaje.
Estuve todo el vuelo dándole vueltas a esa situación pero no volví a ver a Nerea, ni siquiera cuando desembarcamos.
Estábamos en la antigua casa de mi familia que mantenía el Proyecto Ulises, una casa victoriana en muy buen estado, cuando Ernesto me dio las últimas indicaciones.

Yo cerré los ojos y sintonicé con el sonido del Reloj, aquel inseparable compañero que tantas veces me iba a ayudar. Sus agujas resonaban en mis oídos, en mi mente, recorría mi sangre, bombeaba al ritmo del latido de mi corazón. Sólo existíamos el transcurrir del tiempo y yo. Lo detuve y el silencio sobrenatural que me llenó puso mi piel de gallina. Dibujé en mi mente como mi padre y mi abuelo me habían enseñado, fui colocando una a una las piezas del Reloj y le di la vuelta al mecanismo. Lentamente, como si fuera una margarita a la que tuviera que deshojar, volví atrás en el tiempo.
2012, 2011, 2010…

El Relojero es un relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora del Cuaderno de Ireth 2012

1 comentario:

Malabaricien dijo...

Entrada larga pero que merece la pena leer para este magnífico final de esta magnífica historia. gracias, gracias y gracias!