lunes, 26 de noviembre de 2012

El Relojero (XVIII)

¡Hola de nuevo! Después de una semana sin el Relojero, vuelvo con la recta final. Ya estamos en la entrega número dieciocho y estoy deseando saber qué os parece el final.
Por si no conocéis este relato corto que estoy compartiendo con todos los que os apetezca, os invito a comenzar desde el principio AQUÍ y disfrutar de las aventuras de Marco que están a punto de llegar a su fin.
Para los que os pasáis por aquí y os gusta, agradezco toda la difusión que podáis darle, compartiendo los enlaces en vuestras redes sociales porque, como siempre os digo, para vosotros es un click y para mí significa un mundo entero.
Sin más dilación, ¡comenzamos!


El Relojero

Ernesto me terminaba de colocar las protecciones en antebrazos, pecho, rodillas y espinillas mientras me hablaba pero mi mente se encontraba lejos de allí. Estaba aún aturdido por el fracaso de Diana al intentar abrir el Reloj, sentía un nudo en lo alto de la garganta desde entonces y empezaba a pensar que no iba a lograrlo.
—¿Qué pasa, voy a tener que empezar a pegarte para que me prestes atención? —preguntó con brusquedad para sacarme de mi ensimismamiento.

Sacudí la cabeza e intenté mostrar arrepentimiento en mi rostro pero me encontraba completamente sobrepasado.
—¿Para qué sirve todo esto? No voy a lograr arreglar el Reloj a tiempo, estoy en un callejón sin salida. ¿Por qué aprender a defenderme cuando lo que me ataca es mi propio cuerpo que va a perderse en el tiempo en cualquier momento?
—Si piensas tan negativamente es obvio que no vamos a lograr nada —Ernesto me hizo un gesto para que me sentara y yo obedecí—. Verás, nunca ha sido sencillo para el Viajero encontrar al Relojero y conseguir que se lo arregle. Casi siempre se trata de una carrera contra el tiempo que parece que no va a poder ganarse y la fuerza se tiene que sacar en ese momento, cuando todo está a punto de deshacerse entre tus dedos.
—Precioso, Ernesto, muy conmovedor, pero en la práctica no es bonito. Siento que mi Reloj va a dejar de funcionar en cualquier momento.
—¿Y lo mejor es sentarse y esperar que ocurra?
—¡No! Por supuesto que no, lo mejor sería tener una táctica, saber qué les sucedió a los demás Viajeros cuando se encontraron en mi situación pero parece que se pusieron de acuerdo en no registrarlo.
Ernesto enarcó una ceja.
—Yo creo que es lo normal, cuando te encuentras en peligro mortal no creo que quieras dedicarte a escribir tus pensamientos en un cuadernito.
—También es verdad, pero mi padre me dijo que leyéndolos descubriría cómo habían encontrado a su Relojero… —expliqué.

Nos quedamos sumidos en un espeso silencio con la cruda realidad flotando sobre nosotros: aunque entrenara para desempeñar mi papel de Viajero después de arreglar el Reloj, lo primero era conseguir que funcionara adecuadamente.
—¿Sabes cómo lo logró mi padre? —pregunté llevado por la intuición.
Ernesto abrió la boca y sus ojos describieron un arco desde donde me encontraba yo hasta la puerta, como si se asegurara de encontrarse a solas conmigo.
—Realmente no se sabe nada oficial porque siempre se ha protegido la intimidad de los Viajeros durante el tiempo que no son capaces de controlar sus poderes.
—¿Por qué se nos protege tanto incluso dentro del Proyecto Ulises?
—¿No es obvio? Somos un grupo muy grande y aunque el proceso de selección es muy estricto, siempre hay que tomar precauciones por si hay algún traidor.

Entrecerré los ojos hasta que fueron dos pequeñas rendijas, el tono de voz de Ernesto me dejaba entrever un mensaje oculto. Yo le había preguntado sobre el Relojero de mi padre y él había pasado a hablar sobre el Proyecto Ulises y la protección del Viajero.
Recordé que me habían dicho que ellos también protegían al Relojero y sería muy lógico pensar que la Hija del Movimiento se introdujera en el Proyecto Ulises para encontrarle.
—¿El Relojero de mi padre fue descubierto por la Hija del Movimiento?
Ernesto giró la cabeza pero pude apreciar una pequeña sonrisa de satisfacción en el rostro por no haber tenido que darme más pistas. Cuando volvió a mirarme a los ojos tenía una expresión indescifrable y parecía temer pronunciar las palabras que iban a salir de sus labios.
—El Relojero de tu padre fue asesinado por la Hija del Movimiento cuando se negó a ayudarla.


Cuando desperté el sábado ya pasaba la hora de la comida pero aún recordaba lo poco que pude sonsacarle a Ernesto sobre lo que ocurrió con el Relojero de mi padre. Sólo logré descubrir que poco después de arreglar el mecanismo, desapareció sin dejar rastro para volver a aparecer sin vida.
Sentía que la desesperanza cada vez era más intensa en mi pecho y no sabía qué hacer a continuación. Estaba pensando en darme la vuelta en la cama para volver a dormirme cuando llamaron discretamente a mi puerta dos veces.

Me incorporé un poco para ver a mi padre y sentí una oleada de rabia que no supe de dónde vino.
—¿No vas a levantarte? —preguntó.
Retiré de un golpe seco las sábanas de mi cama y me levanté de un salto, mi padre dio un brinco sobre su sitio y pude ver miedo en sus ojos.
—¿Por qué amenazaste a Diana?
—¿Qué? Hijo, sólo le dije que tenía que ayudarte.
—Sí pero le dijiste que sino tendríais que obligarla a hacerlo.
—¿Qué quieres que haga? ¿Que me quede de brazos cruzados viendo como cada día estás más blanco y pareces a punto de desmayarte?
—Quizás me ayudara más que me hablaras de tu experiencia, de lo que hiciste tú para que el Relojero te ayudara.

Apretó los puños con fuerza cuando terminé de hablar y pareció tener ganas de pegarme una bofetada pero no lo hizo, únicamente me miró con los labios entreabiertos antes de decir:
—Vístete y sal a comer algo. Entonces hablaré contigo.
La puerta se cerró detrás de él y yo me quedé mirando la madera, preguntándome si había hecho bien en explotar de ese modo. El instinto me empujaba a proteger a Diana con uñas y dientes. Mientras me vestía torpemente escuché que mi móvil sonaba, lo miré de medio lado para descubrir que Dani estaba intentando contactarme pero en ese momento no tenía ninguna gana de hablar con él.

Al salir de mi habitación escuché el sonido de la cafetera anunciando que había cumplido su cometido y el olor se extendió por todo el salón que se encontraba completamente vacío. En la mesa del comedor había un plato bien cargado de hidratos de carbono para hacer frente a mi falta de energía. Estaba dando buena cuenta de los filetes empanados cuando mi padre salió de la cocina con una taza de café.
Se sentó a mi lado y clavó su mirada en el humo de su bebida como si entre las volutas pudiera ver sus recuerdos. Los miraba con miedo y rencor.

—Se llamaba Miguel y era el mejor amigo de mi hermano Martín, nunca nos habíamos llevado bien porque yo era el típico enano que siempre iba detrás de ellos pidiéndoles que me dejaran jugar. Cuando recibí mi poder no tardamos mucho en descubrir que él era el Relojero y se puso manos a la obra. Miguel llevaba toda la vida obsesionado con los trenes y sus mecanismos, y sabía montar y desmontar el despertador con los ojos cerrados, no tardó nada en dar con la solución del Reloj. Dos días después de arreglarlo desapareció sin dejar ni una mísera nota.
Tenía los ojos llenos de lágrimas como si contara algo que le avergonzara profundamente.
—Le buscamos por todas partes sin tener ningún resultado hasta que un mes más tarde de su desaparición recibí un paquete sin remitente. Era una caja marrón con las esquinas pintadas de negro… la recuerdo como si estuviera delante —hizo un gesto con las manos y me dio la sensación de ser capaz de ver la susodicha caja—. Dentro estaban las manos amputadas de Miguel con una nota: Ya no las necesitará —un escalofrío me recorrió todo el cuerpo—. El Proyecto Ulises las analizó para certificar que eran de él pero yo lo supe en cuanto abrí la caja porque había pasado horas mirando esas manos mientras intentaban salvarme.

Mi padre no pudo reprimir más tiempo las lágrimas que trazaron caminos por sus mejillas. Pareció envejecer diez años en cinco segundos, sus ojos tenían tanto dolor que me lo infringieron a mí.
—Yo no pude protegerle y he tenido que vivir toda mi vida con la culpa de lo que le sucedió.
El nudo de mi garganta pareció hacerse más grande y me sobrevino una desagradable arcada que estuve a punto de no aguantar. Me puso una mano en el hombro y me lo sacudió suavemente.
—No permitas que a ella le ocurra lo mismo.


Salí de casa después de haber intentado contactar a Diana sin ningún éxito. Había llamado al móvil que ella me había dado y estaba apagado o fuera de cobertura, en cuanto al fijo que había logrado sacar de la lista de clase dio tono pero nadie me lo cogió y no tenían contestador automático.
Estaba tan agobiado entre las cuatro paredes de mi habitación que necesitaba salir y airearme, además así podía ir caminando hasta casa de Diana y probar suerte allí, aunque algo me decía que no la iba a encontrar hasta que ella no quisiera.
Me imaginaba por enésima vez a mí mismo recibiendo un paquete anónimo con las manos de Diana cuando escuché que alguien gritaba mi nombre y me giré.

Dani y Alba venían por la calle adyacente a la que yo recorría con los rostros encendidos.
—Llevamos cinco minutos gritándote, chico. Deberías comprarte un sonotone o algo así —dijo mi amigo.
—Lo siento, estaba pensando en mis cosas —me disculpé.
—No importa —Dani hizo un gesto para quitarle importancia al asunto—. ¿Qué te parece?
Alcé una ceja y miré a Alba sin comprender.
—Se refiere a sus pintas, dile que está muy bien y te dejará en paz durante cinco minutos. Si no, nos hará volver a casa para cambiarle.

Dani llevaba unos vaqueros oscuros bien ceñidos a su delgada figura y un polo de manga larga de color marrón y verde que iba a juego con sus ojos.
—Te queda bien ¿dónde vas?
Los dos hermanos me miraron con la misma cara de sorpresa y recordé el cine. Me llevé una mano a la cara.
—Tío, lo siento —me lamenté—. Es que estoy dándole vueltas a otras cosas.
—No hace falta que lo jures. Mira, da igual que te hayas olvidado, ahora estás aquí así que vamos.
—Dani… no pue…
Mi amigo me levantó un dedo amenazante y me señaló la calle por la que teníamos que seguir para ir a nuestro destino. Observé el rictus de la línea que era sus labios y sus ojos verdes relampagueantes. Siempre sabía en qué batallas entrometerme y esa no era una de ellas. Les seguí sumisamente con las manos metidas en los bolsillos del vaquero y clavé la mirada en el suelo.

Cuando nos encontramos con Cris vi que ella también se había esmerado para arreglarse, lo que era muy buena señal para Dani. Iba a sacar el dinero de mi cartera cuando Alba se tropezó y cayó a suelo.
—¿Estás bien? —preguntó Cris mientras Dani la ayudaba a levantarse.
—Sí, qué torpe estoy hecha… —Alba dio un paso hacia delante y su pie cedió mientras ella hacía una mueca de dolor.
—¿Vamos a casa a ponerte alguna crema? —preguntó Dani.
—¿Qué dices? No seas tonto, tú has quedado con Cris y ahora no vas a dejarla sola.
—No, a mí no me importa —la chica se puso roja hasta la raíz del pelo—. Podemos quedar otro día.
—Si tengo aquí a Marco que me puede acompañar a casa ¿verdad?
Asentí colocándome a su lado para que se apoyara en mí sin dejar de mirar el pie que mantenía ligeramente en alto. Dani me miró detenidamente con los labios fruncidos como si estuviera a punto de regañarme pero al final desechó la idea y sonrió hacia Cris antes de acercarse a la taquilla para comprar las entradas.

Cuando se despidieron de nosotros, desapareciendo en el interior del cine, Alba se apartó un poco de mí y apoyó el pie en el suelo.
—¿Qué tal lo he hecho? —preguntó con una sonrisa culpable.
—¡¿Era mentira?! —chillé sorprendido.
—Sí, no me parece justo que Dani te obligue a ir al cine si tienes otras cosas en la cabeza —explicó a la vez que se encogía de hombros.
Sonreí de medio lado.
—Bueno, ya eres libre de hacer lo que tuvieras que hacer —me dijo ligeramente incómoda por el silencio que se había instalado entre nosotros.
—Antes te voy a acompañar a casa —Alba abrió la boca para negarse pero yo me adelanté—. Insisto.
Ella acabó asintiendo y emprendimos el camino de vuelta a casa. Aunque la acompañara, era pronto para seguir con la idea de ir a ver a Diana a su casa.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —quiso saber Alba.
—Por supuesto.
—El otro día cuando te encontré cojeando y a punto de desmayarte ¿te habías metido en una pelea?
Clavé la mirada en el suelo, preguntándome qué podía contestarle.
—Sólo quiero saber si estás metido en un lío y puedo ayudarte.
—¿Por qué? —Alba me miró con sorpresa— ¿Por qué querrías ayudarme? —especifiqué.
—Porque me caes bien y… me preocupas…

Detuve mi avance al escuchar su murmullo y ella se volvió después de dar unos pasos más. Su rostro dorado por el sol se había teñido de escarlata y tenía los ojos muy abiertos, verla de ese modo me inspiró mucha ternura. Recordé cuando me había ayudado al encontrarme después del ataque de la Hija del Movimiento y días más tarde cuando se encargó de conseguirme ropa cuando estaba empapado.
En dos pasos me encontré frente a frente con ella, era más bajita que yo pero los botines con tacón hacían que nuestros ojos quedaran casi a la misma altura. El verde de su mirada nunca me había parecido más bonito que en ese momento y todo dejó de importar.

No era el Viajero, no tenía ningún Reloj que estuviera a punto de detenerse, no necesitaba conseguir que una chica me ayudara desesperadamente.
Sólo era Marco, un chico que deslizó dos dedos por la mejilla de Alba, sintiendo por primera vez la calidez de su piel y agachó la cabeza para capturar los jugosos labios entreabiertos de ella que pedían a gritos un beso.
Cuando entramos en contacto fue como si una corriente eléctrica me recorriera todo el cuerpo, como si el lugar y el tiempo se desdibujaran a nuestro alrededor y dejaran de tener importancia. Escuché un vacío extraño en mis oídos y sentí que apartaban a Alba de mí.

Abrí los ojos rápidamente y vi que Diana la tenía agarrada por el cuello, sujetándola fuertemente contra su pecho. Alba trataba de liberarse sin comprender lo que estaba sucediendo, y yo tampoco hasta que me fijé en cómo iba vestida.
No llevaba sus enormes gafas e iba completamente de negro, como Nerea. Todo a nuestro alrededor se encontraba en una calma espeluznante, nada se movía. La verdad me sacudió fuertemente cuando ella habló.
—Siento interrumpirte, Romeo pero tengo que llevarme a la señorita para que haga un juguetito para mí.
Cuando quise reaccionar, las dos desaparecieron en el aire y todo recuperó el ritmo normal al mismo tiempo. El corazón me latía aceleradamente, como si estuviera a punto de salir despedido de mi pecho.
Todo ese tiempo me había equivocado, Alba era la Relojera y la Hija del Movimiento se la había llevado.

El Relojero es un relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora del Cuaderno de Ireth 2012
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1 comentario:

Malabaricien dijo...

Lo sabía, lo sabía, lo sabía!