¿Por qué lo tengo? es una sección en la que hablo de un libro y digo la razón o razones por las que me lo he comprado, sacado de la biblioteca o cogido prestado porque hay ocasiones en las que estas curiosidades son incluso más interesantes que el libro en sí.
Mientras me maravillo con las páginas de una joya de la literatura juvenil (a mi parecer) os vengo a contar un ¿Por qué lo tengo? que tiene que ver con mi vida escolar como ya sucedió cuando hablé de Finis Mundi.
Yo nunca me he considerado buena estudiante, es más, siempre he sido muy vaga. Una de esas personas que se lo dejan todo para el final y lo logra sacar por los pelos lo que me acarreaba pasarme los veranos entre libros y piscinas mientras mis amigos presionaban a mis padres para que me dejaran salir y el curso de 3º de la ESO no fue distinto.
Recuerdo que me quedó mi (mal)amado inglés (fue el año en el que caí en la cuenta de que tenía que aprender gramática para aprobar alguna vez en mi vida) e historia que fue un gran palo para mí porque había sido mi asignatura preferida durante todo el curso debido a un profesor que me maravilló desde el principio hasta el final de las clases.
Un profesor joven que tenía muchas más ganas de aprender que todos los alumnos a los que daba clase juntos y por h o por b caí en un par de exámenes y me obligó a ir a septiembre.
Fui a hablar con el profesor y tras una conversación me convenció de que me tendría que haber esforzado mucho más porque (y tenía mucha razón) dónde había sacado un triste cinco tendría que haber sacado un 8 así que me preparé para el alubión de apuntes que me esperaban en verano y además... me añadió una sorpresita.
Me mandó un trabajo sobre un libro, exactamente este libro: Una guerra africana de Ignacio Martínez de Pisón de la serie Gran Angular de la editorial SM (qué presentación más larga).
El caso es que me enfrenté a él con prejuicios, pensando que me iba a aburrir y me leí la contraportada:
Melilla, 1921: el desastre de Annual conmociona a toda la sociedad española. El joven José Carril se ha alistado en el ejército para escapar del hambre y la miseria. En la guerra de África lucha al lado del sargento Medrano y, sin querer, es testigo de las actividades de un pequeño grupo anarquista. Allí conocerá el horror, pero también aprenderá imprescindibles lecciones sobre el amor, la amistad y la dignidad humana. Una novela con personajes inolvidables, protagonistas de una historia que ningún español debería olvidar.
Siempre he pensado que la última frase le sobra porque para gustos, colores...
De todas maneras estoy de acuerdo con el resto de la sinopsis. Aún me logro acordar de José Carril y de la divertida manera de hablar de sus compañeros. Tampoco me olvidaré jamás de Medrano y de Aurora.
Me descubro ahora mismo recordando con claridad lo que disfruté haciendo el trabajo, buscando información sobre detalles, buceando más de veinte veces entre las páginas para absorber hasta el último detalle de los personajes y los lugares de la historia para traspasarlos a mi trabajo que me dio una alegría increíble.
Aún recuerdo cuando el profesor me anunció que había sido el mejor puntuado y que me había subido dos puntos la puntuación del examen teórico, dándome la nota más alta que he tenido en mi vida.
- ¡Socorro! ¡Los del blocao..., socorro!
Aquel grito nos cortó la respiración. Chinchilla se llevó una mano a la cara y preguntó con voz quejosa:
- Pero ¿cómo es que nadie en la columna se ha dado cuenta?
Yo miré al sargento Medrano.
- Tenemos que salir a buscarlo... ¿Verdad que sí, sargento?
Él sacudió la cabeza con gravedad e hizo una seña en dirección a la puesta de sol, de intenso color rojo.
- Dentro de un cuarto de hora será noche cerrada...
- Por eso, mi sargento. No vamos a dejar que pase la noche así... Podría ocurrirle cualquier cosa.
Por unos instantes nadie dijo nada, y yo comprendí que aquel soldado no volvería a cantar ninguna jota sobre los sentimientos que le inspiraba su pueblo.
Aquel grito nos cortó la respiración. Chinchilla se llevó una mano a la cara y preguntó con voz quejosa:
- Pero ¿cómo es que nadie en la columna se ha dado cuenta?
Yo miré al sargento Medrano.
- Tenemos que salir a buscarlo... ¿Verdad que sí, sargento?
Él sacudió la cabeza con gravedad e hizo una seña en dirección a la puesta de sol, de intenso color rojo.
- Dentro de un cuarto de hora será noche cerrada...
- Por eso, mi sargento. No vamos a dejar que pase la noche así... Podría ocurrirle cualquier cosa.
Por unos instantes nadie dijo nada, y yo comprendí que aquel soldado no volvería a cantar ninguna jota sobre los sentimientos que le inspiraba su pueblo.
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