lunes, 16 de julio de 2012

El Relojero (IV)

Ya es lunes lo que significa que vuelve El Relojero al Cuaderno de Ireth, esta vez con respuestas. Ya sabéis que espero vuestras opiniones en los comentarios y que disfrutéis con este relato.

Links a las partes anteriores por si no las habéis leído.
Primera parte
Segunda parte
Tercera parte

El Relojero

Tomé asiento y mi abuelo empezó a servirme la pasta que habían hecho mientras mi padre comenzaba a hablar.
—Sé que tienes muchas preguntas que hacernos, créeme que te comprendo porque yo estuve en tu misma situación hace unos veinticinco años y tu abuelo también pero quiero que me escuches cuidadosamente porque necesitas conocer la historia correctamente para comprender tu situación actual.
Asentí interiorizando el significado de sus palabras y esperé pacientemente a que prosiguiera con su explicación mientras comenzaba a dar buena cuenta de la comida, porque tenía un hambre voraz.

—Primero voy a hacerte una pregunta, ¿sabes quién es Platón?
Tras asentir y al ver que mi padre esperaba que le contestara, empecé a hablar.
—Platón fue un reconocido filósofo de la Grecia del siglo V a. C. Su maestro fue Sócrates y él mismo fue el maestro de Aristóteles. Su obra más importante es la República en la que desarrolla su idea de Estado ideal. ¡Ah! Y además fue el fundador de la Escuela de Atenas.

—Muy bien —sonreí contento por haber contestado correctamente—. Ahora dime qué es lo que más te llama la atención de su filosofía.
—El mundo de las ideas —al ver que mi padre esperaba que siguiera hablando, tragué saliva—, porque decía que lo que nosotros conocíamos no era más que un reflejo de lo que existía en su mundo de las ideas.
—¿Alguna vez has pensado que eso se investigó en la Escuela de Atenas? —me preguntó mi abuelo.
—Por supuesto, seguramente Aristóteles y el resto de sus pupilos lo investigaron para encontrar si había algo de verdad en ello.
—¿Y tú qué piensas? —vaticinó mi padre.

Fruncí el ceño.
—Que no es verdad, que el mundo es lo que conocemos.
—Bien, lo primero que tienes que saber es que Platón se equivocaba, pero no del todo. Hubo algo en lo que tenía razón y es que este mundo es fácilmente manipulable sin que afecte realmente a su marcha.
—¿Qué quieres decir?

—Platón tuvo un pupilo, llamado Argyris, que dedicó toda su vida a probar lo que había de verdad y de mentira en lo que Platón le había enseñado y descubrió una cosa. Según unos escritos recuperados de un copista medieval, Argyris estaba llevando a cabo un experimento cuando todo se detuvo a su alrededor.
Recordé los coches parados de la noche anterior y la lluvia congelada en plena caída. Sentí la garganta seca al empezar a entender a dónde quería llegar mi padre.
—Argyris continuó con sus experimentos hasta que acabaron afectándole a su propio organismo y empezó a poder trasladarse en el tiempo.

Me levanté de golpe de la silla con los ojos desorbitados y mi abuelo me sujetó del antebrazo para que volviera a sentarme. Le obedecí pero sentía algo hormigueándome en el estómago.
—El problema es que lo hacía sin ningún control, por lo que falleció al quedar atrapado en un bucle temporal. Su hijo heredó ese don que Argyris había desarrollado y lo fue pasando de generación en generación con esa tara.
—¿Atrapado en un bucle temporal?
—Sí, imagínate que siempre que vas a comer o a beber tu cuerpo se ve transportado a veinte minutos antes sin la comida hecha, así continuamente. Al final tu cuerpo no tiene la energía suficiente y al saltar en el tiempo, algo queda olvidado al otro lado. De ese modo acabas muriendo, pero ese problema no existe hoy en día.
—¿Hoy en día? —repetí entrecerrando los ojos.

—En el Renacimiento, un gran humanista que conoces como Leonardo da Vinci desarrolló un reloj que suplía el gran esfuerzo que conllevaba el viajar en el tiempo, y así los descendientes de Argyris no correrían tanto peligro.
—¿Qué estás intentando decir?
—No te precipites —dijo el abuelo poniéndome una mano nudosa en el brazo para que no me alterara.
—Cuando un heredero de Argyris llega a los dieciséis años su cuerpo cambia y le es posible viajar en el tiempo, siempre acompañado de su reloj y el anterior pasa a quedar inactivo.

Rompí a reír.
—Si estáis intentando que crea que soy capaz de viajar en el tiempo, os equivocáis. Cumplí los dieciséis la semana pasada y no he saltado a la Edad Media ni ninguna chorrada de esas.
—¿Eso crees? ¿No has visto nada excepcional como que todo se detiene a tu alrededor?
Volví a pensar en la lluvia, los coches y en la chica de la noche anterior.
—Tu cara de tonto nos saca de dudas, ¿qué ocurrió la otra noche? —quiso saber mi padre.

Aunque no salía de mi asombro, logré contarles lo que me había ocurrido.
—Eso significa que ellas ya le han encontrado —murmuró el abuelo al tiempo que intercambiaba una enigmática mirada con mi padre.
—¿Crees que corre peligro y deberíamos esconderle? —intervino mi padre.
—No sé, quizás el Consejo del Tiempo…
—¿Hola? —les llamé la atención braceando rápidamente—. Sigo aquí, así que no me ignoréis y contarme de qué habláis. ¿Quiénes se supone que me han encontrado y qué es el Consejo del Tiempo?

Mi padre y mi abuelo volvieron a mirarse hasta que el segundo asintió con seguridad.
—Argyris no fue el único de la Escuela de Atenas que investigó lo que había de verdad en las hipótesis de Platón. Había una mujer, llamada Chryssa, gran rival de Argyris que descubrió otro fallo —me explicó mi padre.
—¿También viajaba en el tiempo?
—No, sus averiguaciones llevaron a Chryssa a viajar en el espacio. Era capaz de viajar a la otra punta del continente en segundos.
—¿A cualquier lugar? ¿sin ningún control? Eso sí que debe ser peligroso —sacudí la cabeza al pensar que podía aparecer encima de cualquier punto del Océano Atlántico.

—Efectivamente. Por esa razón intentaron convencer a Leonardo para que les hiciera algo parecido a nuestro reloj para ellas pero él se negó.
—¿Por qué?
—Para entonces Leonardo había entrado en una hermandad conocida como el Consejo del Tiempo que preparaba a los descendientes de Argyris con el fin de que sus viajes en el tiempo sirvieran para expandir sus ansias de conocimiento. Esta hermandad tenía muchos roces con las Hijas del Movimiento porque ellas pensaban utilizar su poder para unos fines no tan…
—¿Aburridos? —pregunté pensando en tener que viajar a la Edad Media para preguntar a un monje sobre el sentido de la vida.

A mi padre se le encendieron los ojos de ira y guardé silencio. Estaba claro que no era un tema con el que bromear. Pude ver como mi padre respiraba hondo antes de volver a hablar.
—Aprovechaban que viajaban en el espacio para entrar en lugares que no les estaban permitidos por su condición de mujeres. Además habían tomado prestados varios bienes y los habían vendido como si fueran suyos.
—Es decir que eran ladronas —simplificó mi abuelo levantándose de la mesa con su plato vacío.
—Entonces ellas continúan teniendo esa tara de no poder controlar a dónde van a ir a parar por lo que su intención siempre ha sido robarnos el reloj.

Miré mi colgante distraídamente pensando en la cantidad de veces que se me había caído en la última semana sin saber lo valioso que era.
—¿Qué es lo que se supone que tengo que hacer?
Mi padre sonrió mientras le dirigía una mirada triunfal al abuelo que asintió como si estuviera satisfecho con mi respuesta.
—Ven, tengo que llevarte a un sitio muy importante.

El Relojero es un relato inédito y original de Marta Cruces Díaz, administradora de El Cuaderno de Ireth 2012

1 comentario:

Malabaricien dijo...

Magnífico. Vaya clase de historia/filosofía nos has dado. Mezclando a la perfección realidad y ficción. Me encanta el tono desenfadado y fresco de las conversaciones y de la narración