domingo, 28 de junio de 2009

Lo cierto es que...

Lo cierto es que cuando empiezo a sentir que una novela realmente puede llegar a ser más que unos cuantos folios con una historia esbozada en ellos me da la sensación de estar en otro mundo, en una realidad alternativa en la que los personajes comienzan a tomar un aspecto más real, dejando atrás la palidez de los trazos iniciales.
Entonces se convierten en mis niños, en los que me acompañaran en mi próxima aventura y los que me provocarán los sueños más extraños y los pensamientos más estrambóticos.

Son los que más me insistan en que continúe mis historias, los que más creen en mis palabras torpes e inseguras hasta que toman una forma que se ensamble con las demás partes necesarias de una novela para después desaparecer pacíficamente de mi mente para alojarse en mi corazón para toda la eternidad.

Hoy me he dado cuenta de que recuerdo perfectamente a todos los personajes que he creado. He dedicado un rato a escribir cosas de cada uno, de todos aquellos que surgían en mi mente y puedo asegurar una cosa: en mi historial literario hay más chicos que chicas.

Pero me tranquiliza enormemente el pensar en que cada vez que creo un personaje me desquito de algunos prejuicios que tenía cuando era más pequeña como el hecho de que su físico me saliera cuadriculado: tenía cierta tendencia a que mis chicas nunca fueran rubias y mis chicos tuvieran unos ojazos oscuros.

Eso quedó atrás... tengo pelirrojas, rubias, chicas con el pelo teñido y un interior real y relajado que se parece al de personas normales.

Está claro que se evoluciona en todo.

2 comentarios:

Myriam dijo...

¿Sabes? Siempre quise leer la historia de aquel gato que hablaba, para ver cómo escribías entonces.

Marta Cruces Díaz dijo...

Bf, está fatal escrita pero era divertida. Yo siempre le he encontrado parecido con el cuento de la Lechera porque el gato veía una ventana abierta y se ponía a soñar con dominar el mundo... ya por esos entonces sentía debilidad por los gatos jajaja