Hace mucho tiempo que no me tomaba unos instantes para reflexionar sobre esta sección del blog en el que os hablo de algún libro que me ha marcado alguna época de mi vida o que me ha resultado especial en algún aspecto. Estos libros, aunque haya pasado un tiempo desde su publicación, creo que puede estar bien rescatarlos de su rincón en la estantería para compartirlos con vosotros.
En este caso, y como bien dice el título de la entrada, se trata de El medallón perdido de Ana Alcolea, una escritora zaragozana que ha ganado el Premio Anaya en 2011 con La noche más oscura. La primera novela que leí fue esta misma de la que os hablo y llegó a mis manos de una forma muy especial, ya que me la regaló una amiga (Nere) en el año 2006, estaba firmada por ella y por la misma autora junto a El retrato de Carlota.
Ahora es posible que os preguntéis la razón por la que he escogido este libro y no el otro que me regaló para esta entrada y la respuesta es muy simple. Cuando lo leí sentí que me transportaba a África, un lugar en el que no he estado nunca y que siempre me ha resultado fascinante, es una sensación que no se me ha repetido ni con fotografías ni películas (y mucho menos con libros). El sentimiento del vértigo que se apoderó de mí con Benjamín y su búsqueda del medallón perdido, de la pérdida de su padre y las historias de Sebastián, nunca he podido repetirlo después de esta lectura.
Esto no me sucedió con la otra novela, cuando he reflexionado sobre ello, siempre he llegado a la misma conclusión: Venecia, el lugar donde El retrato de Carlota tiene lugar, ya me era conocido porque lo había podido visitar con mis padres.
Su historia es un viaje, tanto a un lugar real como es África, como a un lugar imaginario que es el corazón de Benjamín y lo que significa crecer y abandonar la niñez. Unos personajes con los que te encariñas con facilidad, tanto con el protagonista como con secundarios: Sebastián y Sandrine, que guiarán a Benjamín por un camino que no conoce.
Me resulta curioso tener tan frescas las sensaciones que tuve mientras leía, mientras que la historia aparece en mi mente como abocetada. Quizá es lo que ocurre con las novelas, que al final lo que prevalece es el sentimiento que te evoca durante la lectura y que te acompañará durante mucho más tiempo del que imaginas. Incluso mi amiga seguramente lo sabía y por ello acompañó su dedicatoria con la cita de Bécquer en la que dice: “El recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo”. Ella esperaba que ese regalo que me hacía me diera unos momentos de entretenimiento, pero finalmente consiguió que me abstrajera completamente y viajara a Gabón para partir en busca de misterios y aventuras.
Por último quería deciros que, si bien no tiene una portada llamativa o se camufla fácilmente en la serie a la que pertenece (Espacio Abierto de Anaya), le deis una oportunidad. Seguramente tenga un recuerdo mitificado de la novela, pero recuerdo perfectamente haberlo leído rápidamente la primera vez, arrastrada por la ambientación tan trabajada, y sentir la necesidad de hacer una segunda lectura para fijarme en los detalles y disfrutar de esos pequeños momentos que Ana Alcolea nos estaba regalando en su novela.
Ahora sí, sólo me queda recomendaros que paséis por Al este del canal, el blog personal de la autora, a la que sigo asiduamente tanto por su rincón blogueril como por su perfil de twitter. Espero que si habéis tenido la suerte de leer esta novela, me comentéis si disfrutasteis y si mi entrada os ha recordado en algo a lo que sentisteis durante la lectura.
En este caso, y como bien dice el título de la entrada, se trata de El medallón perdido de Ana Alcolea, una escritora zaragozana que ha ganado el Premio Anaya en 2011 con La noche más oscura. La primera novela que leí fue esta misma de la que os hablo y llegó a mis manos de una forma muy especial, ya que me la regaló una amiga (Nere) en el año 2006, estaba firmada por ella y por la misma autora junto a El retrato de Carlota.
Ahora es posible que os preguntéis la razón por la que he escogido este libro y no el otro que me regaló para esta entrada y la respuesta es muy simple. Cuando lo leí sentí que me transportaba a África, un lugar en el que no he estado nunca y que siempre me ha resultado fascinante, es una sensación que no se me ha repetido ni con fotografías ni películas (y mucho menos con libros). El sentimiento del vértigo que se apoderó de mí con Benjamín y su búsqueda del medallón perdido, de la pérdida de su padre y las historias de Sebastián, nunca he podido repetirlo después de esta lectura.
Esto no me sucedió con la otra novela, cuando he reflexionado sobre ello, siempre he llegado a la misma conclusión: Venecia, el lugar donde El retrato de Carlota tiene lugar, ya me era conocido porque lo había podido visitar con mis padres.
Su historia es un viaje, tanto a un lugar real como es África, como a un lugar imaginario que es el corazón de Benjamín y lo que significa crecer y abandonar la niñez. Unos personajes con los que te encariñas con facilidad, tanto con el protagonista como con secundarios: Sebastián y Sandrine, que guiarán a Benjamín por un camino que no conoce.
Me resulta curioso tener tan frescas las sensaciones que tuve mientras leía, mientras que la historia aparece en mi mente como abocetada. Quizá es lo que ocurre con las novelas, que al final lo que prevalece es el sentimiento que te evoca durante la lectura y que te acompañará durante mucho más tiempo del que imaginas. Incluso mi amiga seguramente lo sabía y por ello acompañó su dedicatoria con la cita de Bécquer en la que dice: “El recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo”. Ella esperaba que ese regalo que me hacía me diera unos momentos de entretenimiento, pero finalmente consiguió que me abstrajera completamente y viajara a Gabón para partir en busca de misterios y aventuras.
Por último quería deciros que, si bien no tiene una portada llamativa o se camufla fácilmente en la serie a la que pertenece (Espacio Abierto de Anaya), le deis una oportunidad. Seguramente tenga un recuerdo mitificado de la novela, pero recuerdo perfectamente haberlo leído rápidamente la primera vez, arrastrada por la ambientación tan trabajada, y sentir la necesidad de hacer una segunda lectura para fijarme en los detalles y disfrutar de esos pequeños momentos que Ana Alcolea nos estaba regalando en su novela.
Ahora sí, sólo me queda recomendaros que paséis por Al este del canal, el blog personal de la autora, a la que sigo asiduamente tanto por su rincón blogueril como por su perfil de twitter. Espero que si habéis tenido la suerte de leer esta novela, me comentéis si disfrutasteis y si mi entrada os ha recordado en algo a lo que sentisteis durante la lectura.
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